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Silvicultura en zonas áridas

Donde no hay bosques y todo depende de los árboles

B. Ben Salem

B. BEN SALEM es el Oficial Forestal encargado de silvicultura de zonas áridas en el Departamento de Montes de la FAO.

Tanto la teoría como la práctica demuestran que, en las zonas con una prolongada temporada seca, incluso en aquellas que son casi desiertos, las formaciones leñosas naturales y las plantas perennes son las que mejor aprovechan el suelo y el clima. Además de su capacidad de protegerse a sí mismas y de mejorar biológicamente el medio ambiente, ofrecen también protección a las plantas más modestas que crecen bajo su abrigo. El árbol es el ejemplo supremo de planta a la vez leñosa y perenne que sirve de base para una actividad duradera adaptada al clima y para la generación combinada de energía y de otros productos esenciales para la economía rural. Los árboles, tan frecuentemente relegados a los suelos más mediocres, o cultivados exclusivamente como actividad subalterna, tienen una función esencial, si no preponderante, en las zonas áridas y semiáridas: servir de marco e incluso, en algunos casos, de auténtica base para la economía rural.

Las tierras áridas en las zonas de clima cálido se caracterizan por precipitaciones escasas e irregulares, fluctuaciones de la temperatura del aire y del suelo entre el día y la noche y escasa humedad; sin embargo, durante algunas épocas del año esta última aumenta de manera apreciable por efecto del rocío. Los vientos suelen ser fuertes, los días muy despejados y con sol, los períodos de sequía prolongados e imprevisibles. Estos factores indican que las tierras son muy susceptibles de ser utilizadas de manera inadecuada. Si se traspasa el umbral de tolerancia de los recursos humanos y animales, se deteriora o destruye el ambiente físico, con los consiguientes efectos nocivos para la población rural.

La causa principal de las grandes tragedias humanas, tan frecuentes en las regiones áridas y semiáridas, es esencialmente el mal uso de la tierra en las condiciones marginales y fluctuantes propias de estas zonas. La rehabilitación y mejora reales de las tierras no podrán llevarse a cabo a menos que se eliminen los abusos ocasionados por el hombre. El punto de partida para el aumento de la productividad de las tierras es una planificación integrada en la que se tome en consideración la verdadera índole del terreno y de la población.

Uno de los errores más comunes e inadvertidos en la utilización de los ecosistemas áridos y semiáridos consiste en cultivar plantas anuales sin tomar medidas de conservación. Las plantas anuales degradan la fertilidad del suelo y son marginales por dos razones. Primero, porque sus raíces ocupan las capas superiores del suelo y se ven expuestas a secarse; segundo, porque es imposible satisfacer sus exigencias específicas - a veces muy estrictas - en lo que respecta a su plantación, crecimiento y maduración, debido a la inseguridad del clima. La índole misma de estas plantas hace que el suelo quede sin protección y se agote, tanto mientras crecen, como en la época de sequía.

Cuando se plantan plantas anuales, los ecosistemas áridos y semiáridos inherentemente marginales pasan de un estado de fragilidad a un estado de completo agotamiento, lo cual significa que las tierras se usan equivocadamente. Las formas de agricultura sendentarias y estables no son factibles, a menos que se introduzcan plantas anuales exóticas.

En el caso de las plantas perennes, la situación es muy diferente. Su actividad vegetativa no depende de que las lluvias empiecen en una fecha determinada. Además, cubren mejor el suelo y duran más, característica que representa un paso hacia la estabilización de las comunidades y del medio. Bien sean naturales o introducidas, las plantas leñosas perennes son más provechosas, puesto que dan una amplia gama de productos: forrajes, madera, productos secundarios e incluso alimentos para el hombre y los animales. En primer término, están los árboles, de todas clases (frutales, semiforestales y forestales), que debido a su diversidad son capaces de adaptarse a todas las necesidades. Si las condiciones para su instalación y crecimiento son adecuadas, los árboles producen forraje, alimento y energía, ofrecen abrigo, rompen la fuerza del viento, y poseen todas las ventajas de los organismos capaces de protegerse a sí mismos. Sus raíces contribuyen a profundizar y a mejorar el suelo; su sombra facilita el metabolismo del ecosistema y, en general, los árboles permiten que otras plantas menos dotadas por la naturaleza se beneficien de algunas de las ventajas de la protección de que ellos mismos disfrutan.

Además de estas funciones, habrá que considerar la forma mejor de combinar los diversos elementos necesarios para el desarrollo de un sistema agrícola estabilizado en las zonas áridas. Aquí también la contribución de los árboles es esencial para garantizar dicha estabilidad y para lograr la continuidad de la actividad agrícola. Esta actividad puede dividirse en tres grupos, basados en las diferentes condiciones ecológicas prevalecientes en las zonas áridas:

· Explotación ganadera extensiva de tipo nómada, basada en el aprovechamiento por los animales silvestres y domésticos de vastas extensiones de pastizales desérticos.

· Actividades pastorales y forestales en zonas áridas, concentradas en las praderas naturales.

· Actividad agri-silvi-pastoral en las zonas semiáridas, combinando la arboricultura. el cultivo agrícola. la producción de madera y la producción animal.

La explotación agrícola en las zonas áridas debe circunscribirse a las regiones donde existan suficientes recursos de aguas freáticas (manantiales, pozos), o donde haya sido posible concentrar las aguas superficiales mediante escorrentía. Esto se aplica también a los árboles, lo mismo si se trata de árboles forestales o de frutales, ya que para los árboles el factor [imitador es la falta de agua: o bien producen mucha madera pero consumen también mucha agua, o consumen poca agua y producen poca madera. El agua estimula su crecimiento, pero su escasez los reduce a un pequeño número por hectárea. Como el clímax de las zonas áridas es una estepa arbustiva, las posibilidades de introducir árboles son muy limitadas. Más bien que plantar árboles que crecen verticalmente, es mejor, en estos bioclimas, cubrir el suelo ampliamente con una vegetación baja, para evitar que el viento arrastre la arena, impedir la formación de zonas de acumulación debidas a la erosión eólica, y permitir que el terreno se haga más resistente. Se debe reconstruir una cubierta vegetal que tenga iguales características que la estepa original.

En las zonas semiáridas, las posibilidades para el cultivo agrícola son mayores, y los árboles tienen un importante papel que desempeñar para estabilizar la agricultura. Para ello tienen que estar permanentemente presentes o regenerarse sin interrupción en la misma zona. En el primer caso se tratará de árboles o arbustos permanentes, bien sea en hileras o dispersos. Su papel puede resumirse como sigue:

· Los árboles en hileras protegen a los cultivos contra la erosión eólica y la desecación.

· Los árboles entremezclados con cultivos protegen a éstos y reconstituyen y enriquecen el suelo.

· Mejoradas así, las zonas cultivadas pierden su carácter marginal, es posible el cultivo en rotación, y se asegura el abastecimiento de forraje.

· Una combinación perfecta de árboles semiforestales productores de frutos comestibles, árboles forrajeros y árboles forestales no sólo permite una producción diversificada y estable sino también un equilibrio agrícola y biológico.

¿Cómo han logrado ciertas poblaciones del Africa, a las que los extranjeros calificarán de primitivas, adaptarse a su ambiente natural? La respuesta la ofrecen los sistemas sociales cohesivos a que pertenecen estos grupos, que permiten a sus miembros crear y organizar una agricultura adaptada a las tierras y al clima en que viven.

En el segundo caso, es decir, cuando los árboles se regeneran, se favorece su crecimiento durante el período de barbecho, como parte de un sistema de rotación, con el fin de regenerar el suelo y ofrecer al ganado bovino forraje suplementario.

Ordenación

De este modo empieza a delinearse una estrategia general de ordenación del aprovechamiento de la tierra. Los rompevientos de especies forestales pueden reservarse para las grandes llanuras, en las cuales la división de la tierra en parcelas y la presencia de una agricultura activa impiden la yuxtaposición densa de árboles. Las penillanuras, los cerros y las laderas estarán protegidos por una vegetación dispersa, y gran parte de su extensión se convertirá en una red de parcelas que se cultivarán mediante un sistema de rotación basado en el empleo de vegetación leñosa.

Los planes de ordenación del aprovechamiento de la tierra y las políticas forestales de los países áridos y semiáridos se han concebido y aplicado hasta ahora, para zonas bien definidas y concretas donde la tendencia del forestal ha consistido en proteger y conservar el bosque como tal, en vez de adaptarlo a las necesidades de la población rural. Esta actitud tal vez tuviera justificación en otros tiempos, pero hoy día es inaceptable debido a la acelerada degradación de los suelos, la marginalización de la agricultura y el crecimiento demográfico. El requisito previo fundamental para toda mejora de la vida rural es la estabilización de la agricultura, y los árboles no deben circunscribirse a las zonas excluidas como marginales. La silvicultura no debe considerarse como una forma residual de aprovechamiento de la tierra, sino como un elemento indispensable de todo plan general de ordenación de la tierra. Su presencia garantiza la conservación del medio ambiente, mejora la renovación de los recursos naturales y favorece la existencia de las condiciones necesarias para que la población rural pueda vivir en forma satisfactoria.

Por consiguiente, la estabilización de la agricultura, más bien que los árboles, los arbustos, la lucha contra la erosión o la producción de leña, se convierte en la principal contribución de los forestales. El arte del forestal, que esencialmente es un arte de ordenación, consiste, en realidad, en incorporar la silvicultura a la ordenación de toda la superficie territorial y en estimular las adapta clones necesarias para contribuir lo más posible a la estabilización del aprovechamiento de la tierra.

En casi todos los países áridos y semiáridos, el problema de la ordenación de la tierra y de la incorporación de los árboles tropieza con la existencia de estructuras sociales y agrarias tradicionales. La fragilidad del medio ambiente y la variabilidad y escasez de las lluvias ha conducido a estructuras bien adaptadas y orientadas hacia la protección del medio ambiente, que es lo único que puede garantizar la supervivencia. cultura de los sereres puede citarse como buen ejemplo del grado de adaptación logrado en un bioclima árido. Los sereres son campesinos que viven en el oeste del Senegal, región de suelos pobres y precipitaciones pluviales escasas y variables. Han logrado mantener la fertilidad del suelo plantando en los campos cultivados arboles útiles, haciendo un uso regular del sistema de barbecho arbustivo y aplicando estiércol; han conseguido alimentarse con sus propios recursos en condiciones difíciles y, al mismo tiempo, conservar un medio ambiente estable, incluso con una densa población.

Pueden citarse también otros ejemplos, como las regiones de Dogoan y Hausaland en Nigeria septentrional, donde la población ha alcanzado una gran densidad sin degradar el medio ambiente, gracias al sistema de barbecho, al cultivo agrícola bajo cubierta de árboles y a la aplicación de estiércol.

¿Cómo han podido estas poblaciones, a las cuales los extranjeros tal vez califiquen equivocadamente de primitivas, adaptarse a su medio ambiente natural, e incluso conservarlo? La respuesta la dan los sistemas sociales cohesivos de cada uno de estos grupos, gracias a los cuales han podido crear y organizar formas adecuadas de explotación de sus tierras.

Cualquiera que sea la estrategia que se adopte para la ordenación de las zonas áridas, no hay que pasar por alto estructuras sociales ya establecidas, como las descritas. La mejora de esas estructuras sólo puede reportar beneficios. Bastarán simples cambios jurídicos o legislativos para conseguir que esos grupos estructurales, que en realidad son unidades de explotación y de acción, se constituyan oficialmente y se admitan como elementos clave de la ordenación de la tierra. Además, es muy importante introducir mejoras sencillas en las técnicas tradicionales, que cabe suponer la población conoce perfectamente. Dichas mejoras técnicas deberán adaptarse a las condiciones ecológicas locales y exigir sólo un mínimo de importación de productos o de expertos.

El papel de la asistencia técnica consistirá en ofrecer con carácter continuo asesoramiento, información, capacitación y ayuda para todas las operaciones de establecimiento, ordenación y utilización de la infraestructura vegetal y mejora del suelo. Lo esencial es comprender lo que la gente necesita y lograr que participe en las actividades forestales. Esto presupone un auténtico diálogo con las comunidades rurales, al objeto de que se den cuenta perfecta de la contribución de los árboles y de las actividades forestales y de la necesidad de integrarlos en los planes de explotación de sus tierras. Este diálogo, esta información y esta capacitación deberán basarse en un profundo conocimiento de las estructuras sociales y económicas y de las necesidades de las comunidades rurales.

Las capacidades técnicas que exige este tipo de asistencia son ciertamente mucho más amplias que las que normalmente hacen falta para manejar una zona protegida, por ejemplo. Los expertos técnicos tendrán que encontrar el modo de incorporar los árboles en los planes de ordenación de tierras y demás actividades forestales, prestando el apoyo técnico necesario para afrontar las nuevas y crecientes necesidades. Esto exigirá una orientación multifuncional, que tome en cuenta los objetivos de estabilización agrícola y de producción de madera, la necesidad de conservar el medio ambiente y la conveniencia de una perfecta integración en el desarrollo rural.

Es esencial que exista una estrecha cooperación entre los diversos servicios a los cuales pertenece el personal técnico y los organismos de planificación, asistencia y distribución de medios. En caso necesario, se aumentarán las responsabilidades de la propia administración forestal. Esto conducirá a una progresiva reorganización de los servicios forestales y a la contratación de personal no forestal (especialistas en producción animal, agronomía, veterinaria y sociología), que colaborará con los forestales y permitirá disponer de un servicio forestal verdaderamente flexible.

La plantación de árboles para estabilizar la agricultura resulta más costosa cuanto más árido sea el clima y más degradado esté el suelo. De lo que realmente se trata es de reconquistar el suelo sobre la base del establecimiento de una infraestructura leñosa. Como esto entraña gastos enormes, es muy comprensible que se dude antes de hacerlo. Sin embargo, tarde o temprano se tendrá que hacer. No basta con limitarse a movilizar la fuerza de trabajo local para proceder a plantaciones de finalidad múltiple después de una labor de educación y de propaganda activa; es indispensable conceder a la mano de obra local la ayuda necesaria, a fin de que pueda obtener los medios para su nueva actividad. Dicho de otro modo, es necesario que el Estado se comprometa a prestar asistencia y que ésta sea proporcional a las necesidades reales. La asistencia podrá, según los casos, limitarse a la educación, organización y demostraciones, o tomar la forma de asistencia material (donaciones, subvenciones y préstamos de dinero o de material).

Este tipo de asistencia, basada en la incorporación de árboles por y para el pueblo, costará menos que la repoblación en gran escala de las tierras de propiedad del Estado. De hecho, por la misma cantidad de dinero se conseguirán resultados mucho mayores, bien desde el punto de vista de la superficie restaurada o del número de árboles plantados, que si esa labor se deja exclusivamente a cargo de la administración. Por último, la asistencia contribuirá más a la economía rural de lo que cabe prever de la mera producción de madera.

Las zonas áridas presentan problemas de aprovechamiento de la tierra y de estabilización de las bases de la producción agrícola. Los bosques, árboles y arbustos, al igual que las plantas anuales, desempeñan un importante papel a este respecto y representan tal vez el principal medio de obtener una economía rural equilibrada e incluso la única forma de evitar la degradación de las tierras. Por ser elementos esenciales para la estabilidad general de la agricultura en dichas zonas, no hay que relegar los árboles a una función secundaria, sino que deben formar un componente indispensable de la ordenación rural. Esto tiene que hacerse con y para el pueblo, dentro del marco de una nueva orientación administrativa y con suficiente asistencia financiera y técnica.


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