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La Silvicultura en Bolivia

Por HENRY S. KERNAN,
Miembro de la Misión de las Naciones Unidas en Bolivia

En toda ocasión en que se establece un balance de los recursos naturales renovables del mundo, la mayor interrogación se alza por lo que hace al Valle del Amazonas. Siglos de exploración en sus inmensas selvas de maderas duras han revelado los méritos de unas cuantas docenas de especies, entre miles de ellas; pero el bosque amazónico como medio ambiente biológico capaz de producir madera y ejercer influencia sobre el suelo y el clima, está todavía por descubrirse.

La participación de Bolivia en estos bosques y en otros mucho más pobres a lo largo del Río Paraguay, representa una extensión de 128 millones de acres (51.801.600 Ha.) o sean 32 acres (12,95 Ha.) por habitante. Estas cifras la sitúan entre los países más ricos del mundo, en materia de recursos forestales.

Es indudable que la silvicultura debiera desempeñar un papel vital en una economía próspera y bien equilibrada, pero no puede dejar de reconocerse lo difícil del problema de incorporar este recurso a una economía basada exclusivamente en la minería y en la explotación agrícola de las tierras altas.

El presente artículo trata de abordar este problema, procurando evitar los pronósticos y fantasías de que adolecen con frecuencia las discusiones sobre las selvas tropicales poco conocidas. El estudio se basa en datos provenientes de tres fuentes: material publicado, entrevistas celebradas, y observaciones sobre el propio terreno. Los hechos han sido incorporados en una descripción de los diversos tipos de bosque y de la industria que ha surgido para explotarlos. Además, se examinan los esfuerzos del gobierno por reglamentar dicha explotación y la importancia de salvaguardar tanto el aspecto productivo como el aspecto protector de los terrenos forestales.

El artículo tiene el proposito de justificar una política forestal de conservación y renovación, la cual, si se adopta, puede proteger a Bolivia contra las calamidades que inevitablemente habrán de seguir a la destrucción y abandono de sus recursos forestales.

Recursos forestales

Los terrenos cubiertos por vegetación forestal en Bolivia abarcan unos 128 millones de acres (51.801.600 Ha ), o sea aproximadamente el 40 por ciento de la superficie de la República. Se calcula que el volumen de madera de aserrar que se produce asciende 256.000 millones de pies tablares (604.160.000 m.3) y que el número de especies, pasa de 2.000. En general, los diversos tipos de bosques son en extremo complejos y difieren en lo que respecta a composición, tamaños y calidad. Se componen de especies de maderas duras en variedades siempre verdes o de hojas caedizas; ya que con la poco importante excepción del Podocarpus sp. no existen coníferas. Los bosques más ricos son los de las vertientes orientales de los Andes y los que existen a lo largo de los ríos de la cuenca del Amazonas. Estos bosques, por lo general, se encuentran en estado virgen. Al este de Bolivia, en la casi imperceptible división de vertientes entre los ríos Amazonas y Paraguay, hay una zona igualmente amplia de bosques bajos y secos, que los incendios han modificado profundamente. Los mismos factores geográficos que han influido cada una de las fases de la vida boliviana, han determinado igualmente tanto el carácter del crecimiento del árbol como su grado actual de utilidad. Hay barreras físicas que ano separan los centros de población de los mejores terrenos forestales y esta circunstancia da a las maderas un valor que está más en relación con los medios de transporte que con sus cualidades inherentes para uso industrial.

Un ejemplo sorprendente de lo anterior lo ofrecen los bosques que rodean el monte Sajama, próximo a la frontera chilena. Se componen exclusivamente de un árbol pequeño, nudoso, y de lento crecimiento, miembro de la familia del rosal, llamado keñua (Polylepsis tarapacana). La madera de este árbol rinde leña y carbón vegetal de excelente calidad, pero carece de toda otra aplicación, salvo suministrar postes cortos para cercas y chozas. Indudablemente, hubo un tiempo en que el keñua estaba más extendido; pero durante siglos los indios aymara, ávidos de combustible a causa del riguroso clima, han venido talando estos árboles al extremo que actualmente sólo existen en una porción remota y casi inhabitable de la puna azotada por los vientos. Es así como una especie de muy pobres cualidades naturales ha alcanzado un gran valor y casi ha desaparecido por ser relativamente accesible.

El resto del Altiplano está desnudo de árboles, y su paisaje solamente lo modifica a veces el kishuara nativo (Buddleia sp.) o aquellas especies exóticas como el eucaliptus (Eucalyptus sp), el pino (Pinus insignis), o el ciprés (Cupressus sp.) que a costa de esfuerzos se ha logrado hacer crecer en torno de alguna que otra casa.

Al este y sudeste del Altiplano, existe una ancha faja montañosa de faldas con declives pronunciados, valles estrechos y picos escarpados que se forman allí donde los Andes comienzan su descenso hacia las tierras bajes del este. A medida que el clima se vuelve más templado y aumenta la precipitación pluvial en las zonas más bajas, es más palpable el crecimiento de árboles. Se cuenta que algunas partes de esta zona estuvieron en un tiempo densamente pobladas de especies valiosas como el cedro español (Cedrela sp.) y el nogal (Juglans sp.), pero éste es un asunto que se presta a conjeturas.

Lo cierto es que la labranza de la tierra y el pastoreo han expuesto de tal manera a estos suelos a los efectos del viento y de la lluvia, que la erosión ha alcanzado una etapa avanzada. La vegetación forestal está ahora limitada a grupos desperdigados de arbustos leguminosos (Leguminosae), molle (Schinus molle), y sauces (Salix sp.), a los cuales rara vez se les permite llegar a su madurez. Poco a poco van siendo talados y convertidos en leña o utilizados como piezas chicas de material para construcción. De esta manera se impide que conglomerados forestales que podrían estabilizar el suelo, lleguen a prosperar.

Hasta ahora los trabajos de forestación se han confinado por lo general a los valles que circundan a La Paz, Cochabamba y Sucre. Aquí existe una verdadera fiebre por plantar eucaliptus. La Compañía Ferroviaria Boliviana y la Universidad de Cochabamba mantienen viveros, y producen leña y puntales para minas en una rotación comercial de cinco a diez años. Con la ayuda del Servicio de Extensión Tamborada, que distribuye 15.000 arbolillos cada año, han entrado a tomar parte en el negocio innumerables terratenientes. Con frecuencia, estas empresas han obtenido excelentes ganancias, pero se ven seriamente restringidas por el hecho de que allí el eucaliptos requiere muy buen terreno y no se desarrolla rápidamente sin riego.

Las Yungas que se extienden al este de la Paz muestran una cubierta natural de bosque espeso, debido al clima benigno y la abundancia de lluvias. Antes de que la excesiva tala y el abandono los destruyeran en gran parte, los árboles de la quina (Cinchona sp.) de esta región proporcionaban las mejores calidades de corteza de quinina del mundo. Las Yungas han rendido también algunas cantidades de caucho «castilloa», del árbol de esta especie (Castilloa sp.). Sin embargo, hasta ahora se ha hecho poco uso de las excelentes maderas que allí existen por razón de que la fuerte pendiente de las laderas y lo angosto de los valles impiden realizar económicamente trabajos de explotación en gran escala.

La zona forestal de interés más inmediato, y probablemente, de valor más permanente, se extiende desde las estribaciones orientales de los Andes hasta los llanos en una faja de anchura variable y mal definida. Desde Yacuiba, en la frontera argentina, y en dirección al norte hasta Santa Cruz, predominan las maderas duras y pesadas como el nogal, el quebracho (Schinopsis sp.) y varias clases de tajibo (Tabebuia sp.),

En Santa Cruz, la selva da vuelta y sigue los Andes hacia el noroeste a través de una región de abundantes lluvias anuales (1.500 a 2.000 mm.) y de magníficos suelos, que se extiende hasta el Perú. En esta faja se encuentran los mejores bosques de maderas duras tropicales de Bolivia. Pueden compararse ventajosamente con los de otros países. Entre las montañas del oeste y los llanos del este, la topografía del terreno varía entre plana y ondulada, y generalmente existe buen drenaje. El clima y las bajas latitudes (14° a 18° S) favorecen un rápido crecimiento de los árboles. Aparte de las palmeras y maderas de calidad inferior, existe un promedio utilizable de unos 10.000 pies tablares por acre (111,9 m.3 por Ha ). El desarrollo que alcanzan algunos árboles es muchas veces superlativo y la variedad de especies es casi increíble. En una milla cuadrada típica, podrían distinguirse más de cien variedades, veinticinco de ellas, por lo menos, con propiedades sobresalientes para usos industriales, incluso la caoba (Swietenia sp.) de calidad excelente.

Más lejana, pero igualmente rica en maderas finas, está la vasta y tupida selva que se extiende entre el Perú y el Río Beni y se ensancha hacia el norte para abarcar todo el Departamento de Pando y la provincia vecina de Vaca Diez. Una prolongación del mismo tipo de bosque sigue el Río Guaporé hacia el sur, a o largo de la frontera brasileña hasta su cabecera y la del río Paraguay. Además de caoba, este bosque tiene árboles de cancho Para (Hevea sp.), sobre todo hacia él norte, donde convergen varios ríos para formar el Madeira.

Hacia el este de Santa Cruz, la precipitación pluvial es más baja y la temporada seca más marcada. Los árboles crecen a alturas menores, se hallan más diseminados y su madera es de calidad inferior, sirviendo solo para durmientes de ferrocarril, tablones o combustible.

Problemas del Fomento de los Recursos Forestales

Algunos de los obstáculos con que tropieza la silvicultura en Bolivia son fundamentalmente los mismos que han encontrado y están solucionando otros países tropicales. Con la ventaja de poder aprovechar esta experiencia adquirida y existiendo una gran demanda de madera, Bolivia es muy afortunada en que sus recursos madereros estén en gran parte intactos.

El obstáculo más serio contra el que hay que luchar, lo constituyen lo remoto y escabroso de los terrenos, agravado por el deficiente y poco desarrollado sistema de transportes. Los mejores bosques reciben lluvias torrenciales y se encuentran próximos a ríos que se alejan de los centros de población, en lugar de ir hacia ellos. Además, ni una sola carretera de primer orden, ni un ferrocarril, conecta los bosques con el Altiplano. Por lo tanto, todo nuevo desarrollo de los recursos forestales presupone que se disponga cada vez en mayor escala, de adecuados medios de transporte por ferrocarril, por carretera o por agua; y que recíprocamente la explotación planeada de los bosques y la industria forestal, combinadas con otras formas de progreso económico, sean capaces de estimular y costear este mejoramiento del transporte.

La desconcertante complejidad de un bosque tropical de maderas duras y la elevada proporción en que ocurren las maderas duras y densas, plantea nuevos problemas de aprovechamiento que no han sido resueltos todavía. La tendencia actual, tiende a utilizar únicamente los subproductos o unos cuantos árboles de gran valor, y de esta manera, a producir un deterioro progresivo en la composición del bosque.

Las dificultades para un aprovechamiento completo exigen un tipo muy complicado de procesos de transformación y sistemas de colocación en el mercado. Sólo puede mantenerse cuando existe un elevado nivel de actividad económica que pueda suministrar el capital y absorber los productos. El hecho de depender la economía de Bolivia en forma excesiva de las alzas y bajas de la industria minera, y el estancamiento del desarrollo económico en otros campos de actividad, no es propicio al desarrollo ordenado y continuo de sus recursos forestales.

Desde hace tiempo se reconoce y se ha venido estudiando la influencia del régimen de propiedad de la tierra sobre la silvicultura. En una nación tras otra, el fallo ha sido siempre idéntico, y demuestra, sin lugar a dudas, que la silvicultura progresa solamente allí donde la posesión de la tierra es razonablemente segura y estable, donde el tamaño de los predios guarda cierta relación con la extensión de las unidades económicas de que forman parte y donde, por lo menee alguna porción pequeña del terreno es del dominio público.

Desgraciadamente, Bolivia heredó de la España colonial un sistema de propiedad de tierras que no llena estas condiciones. La cuestión de títulos de propiedad y linderos se encuentra en un estado verdaderamente caótico y habrá de ser motivo de litigios interminables a medida que aumente el valor de las tierras.

Además, el régimen de propiedad, tal como ahora se encuentra, rara vez concuerda con las necesidades e intereses del propietario. Al carecer de aliciente para hacer inversiones en tierras sobre las que no paga impuestos y sólo posee un título ambiguo, el propietario está expuesto, bien a hacer caso omiso de su bosque por completo, bien a someterlo a los dos tipos de explotación más ruinosos: la quema, para descombrar terrenos con fines agrícolas o la extracción selectiva de las especies de valor especial. Con lo primero, se destruye el bosque y se expone el suelo a daños casi irreparables; con lo segundo el resultado es un bosque permanentemente agotado.

En Bolivia, ha habido siempre abundancia de terrenos y de ahí la política tradicional del gobierno de entregar estas grandes extensiones sin rígidas estipulaciones para su adquisición, uso, o pago de impuestos. En lo demás, no tiene política agraria alguna. Se reconocen grandes zonas - nadie sabe su extensión - como terrenos nacionales, pero solamente en el sentido de que nadie tiene derecho establecido sobre ellas. Pueden adquirirse en cantidades ilimitadas, sólo con demostrar que son de dominio público y pagar un impuesto catastral.

Tal vez una de las razones de esto estribe en la tradición del pueblo boliviano. Ni sus antepasados españoles o indios fueron gentes que habitasen en los bosques, ni razas que utilizasen la madera. Buscaban las tierras altas y sus construcciones eran de tierra y piedra. El ansia por la madera o la destreza en su empleo, que con tanta frecuencia se encuentra entre las razas del norte de Europa, no formaban parte de su fisonomía, y lo mismo puede decirse de sus descendientes de hoy.

Es lógico que un pueblo no familiarizado con la madera se muestre indiferente al bosque que la produce. De aquí el poco cuidado y falta de control con que se efectúa la quema de grandes zonas, para disponer de pastos para los ganados semihambrientos del Beni. De aquí el sistema del chaco de cultivos nómadas. De aquí la falta de toda política de administración de terrenos, aplicable a lo que queda de la riqueza forestal del pueblo.

Antecedentes y Situación Actual de la Industria Forestal

Aun cuando Bolivia tiene un historial de 400 años de colonización europea, la madera solamente ha entrado a formar parte importante de la economía nacional en los últimos 50 años. Anteriormente, su papel se limitaba prácticamente a aquellos usos primordiales que con mayor facilidad pueden hacerse de los árboles de que se dispone. Se extraía gran cantidad de leña y postes, las tablas y vigas se cortaban a mano, y eran numerosos los objetos pequeños de uso diario que se fabricaban con madera. Este tipo de industria artesana perdura aún e indudablemente absorbe un mayor volumen de la producción que el tipo más serio de aprovechamiento que ha surgido en época reciente.

El primer producto que entró al mercado de exportación fué la corteza de quina de las Yungas. El árbol de donde se obtiene es muy delicado y requiere condiciones especiales para su crecimiento. Las plantaciones no han tenido éxito en Bolivia; y como resultado de la escasez de árboles, de la competencia de otros países, y de la aparición de productos sintéticos, la industria ha decaído. Hubo un resurgimiento de interés en esta industria durante la Segunda Guerra Mundial, pero la recolección de corteza de los árboles silvestres de la quina seguirá probablemente el mismo camino que otras muchas industrias puramente extractivas, y acabará por desaparecer.

Igualmente, la recolección de savia de los árboles silvestres de Hevea, en las provincias norteñas, ha sido una ocupación precaria aunque persistente, que ha mantenido el caucho «Beni» en el mercado internacional. Actualmente se producen unas 2.000 toneladas (1.814,4 Tm ) al año, si bien esta cifra se triplicó durante la Segunda Guerra Mundial.

Desde hace algunas décadas, las pequeñas industrias artesanas que utilizan la madera han vivido en estado de decandencia. Las existencias de madera se han agotado, mientras una población cada vez mayor y una economía más avanzada exigen madera manufacturada con más precisión y abundancia y en formas que las pequeñas industrias eran incapaces de producir. Este es el motivo del aumento en las importaciones de maderas blandas procedentes de los Estados Unidos y el Canadá, que en el año de 1938, típico de los de la preguerra ascendió a 15 millones de pies tablares (35.400 m.3).

Las actividades de las minas y de los ferrocarriles, en constante crecimiento, han contribuido a aumentar la demanda. También estas industrias han tenido que recurrir a fuentes extranjeras y buscar puntales para minas y durmientes en Chile y Argentina.

La Segunda Guerra Mundial provocó la escasez de estos artículos industriales - escasez que todavía no puede solucionarse con importaciones del extranjero a causa de la elevación de precios, la depreciación de la moneda nacional y la actividad de los mercados de todo el mundo. Encontrándose cinco ferrocarriles en construcción y en alza los precios de los metales en el mundo, la demanda de puntales para mina y durmientes lógicamente seguirá siendo elevada. El mercado para la madera en otras de sus formas, tales como madera aserrada para construcción, para pisos, chapas, ebanistería, carbón vegetal y leña, ha creado situaciones inconcebibles que difícilmente podría igualarse en otro lugar. La madera aserrada en broto se transporta por avión a La Paz desde el Beni, a 500 millas (804,5 Km.) de distancia. El carbón vegetal se elabora venciendo dificultades increíbles en Sajama y se transporta a lomo de llamas durante tres días a la estación de ferrocarril de Charaña, que dista 150 millas (241,4 Km.) de La Paz. En Cochabamba, las hojas de eucaliptus se emplean como combustible en los hornos de ladrillos.

El resultado de tan vigorosa demanda ha sido el rápido crecimiento de una industria maderera que utiliza las maderas nativas, y que se ve confrontada con todas las dificultades usuales en explotaciones que se realizan en zonas lejanas y poco pobladas. Además, existe una falta evidente de maquinaria adecuada. De los setenta y tantos establecimientos que pudieran denominarse aserraderos, tal vez media docena sean capaces de producir 5.000 pies tablares (11,8 m.3) al día. Generalmente, lo único que producen son tablas en bruto, ano cuando hay varias máquinas que elaboran duela para pisos y una que produce madera multilaminar de buena calidad. No se han establecido normas comerciales de clasificación y se desconocen las estadísticas de producción.

Se ha puesto en servicio una extraña mezcla de maquinarias norteamericanas, europeas y de fabricación nacional. A falta de calderas, los aserraderos trabajan a menudo con aceite Diesel traído, a gran costo, en camión o aeroplano. Aun cuando escasean los trabajadores en las zonas remotas donde se han instalado estos aserraderos es grande el derroche en el uso de la mano de obra.

La mayor actividad de estas operaciones madereras se observa en los bosques que se extienden precisamente al este de los Andes y que ya hemos designado como los más ricos y más accesibles. Reyes, directamente al norte de La Paz, más allá de la últina cordillera andina, cuenta con seis aserraderos y un aeropuerto para sacar la producción. En las Yungas trabaja un aserradero. Cochabamba cuenta con cinco y recibe también la madera por camión desde las zonas de Chaparé y Santa Cruz, para su reembarque al Altiplano por ferrocarril. En las inmediaciones de Santa Cruz existen unos 35 aserraderos. Los ferrocarriles que corren al norte de Yacuiba y al oeste de Corumba han creado demandas de durmientes y leña que se satisfacen localmente. Además, Riberalta y Trinidad se han convertido en pequeños centros exportadores de madera por avión.

Problemas de la Industria Forestal

En su empeño por satisfacer la creciente demanda de productos madereros, esta industria ha tenido que luchar con ciertas dificultades en Bolivia que revisten carácteres agudos.

Una de ellas es la ineficacia de un sistema de transportes proyectados para servir los intereses mineros del Altiplano. Hasta la fecha, ni una sola carretera de primer orden, ni un ferrocarril, enlaza el Altiplano con las zonas forestales. Por otra parte, el trazo de la rota principal, que habrá de cruzar la barrera montañosa desde Cochabamba a Santa Cruz, atraviesa una zona desarbolada, sin cruzar, como hubiera sido posible, los tupidos bosques que se extienden al este de las montañas.

No puede pensarse en el transporte fluvial como medio de aliviar las necesidades de la demanda local, porque los ríos del Beni convergen en la punta norte del país, en la zona más lejana de los mercados nacionales. Además, están expuestos a desbordamientos y tienen declives imperceptibles. Por consecuencia, los cauces son sinuosos y de poca profundidad.

Bajo estas circunstancias, se ha recurrido al transporte aéreo que ha tenido éxito como medio provisional. Sin embargo, ésta es una clara indicación de la gran necesidad que tienen los bolivianos de abastecimientos de madera y de los extremos a que llegan para obtenerlos, en vez de encontrar una solución adecuada a largo plazo.

Otros impedimentos que tienen un efecto inmediato son el control de las divisas, que establece subsidios a la importación de madera, y los impuestos interiores, que no hacen más que obstaculizar el comercio sin producir al gobierno ingresos que compensen. Existen también algunas restricciones para la exportación.

Se ha agudizado la necesidad de contar con maquinaria adecuada para trabajar la madera. Los aserraderos portátiles fabricados en Norteamérica se adaptan a ciertas clases de maderas y a determinados tamaños de trozas. Aun así, es dificil importarlos, y no se consiguen con facilidad herramientas y piezas de repuesto.

En todos los casos en que las operaciones forestales han de realizarse bajo condiciones primitivas, surge amenazante el problema de la mano de obra especializada. Esto ocurre especialmente en Bolivia, porque la industria es nueva y los obreros están acostumbrados a métodos manuales. Con frecuencia se niegan a utilizar las sierras para derribar los árboles y las picas para hacer rodar las trozas. Se aferran también a la costumbre de aserrar las trozas en tamaños de 9 pies solamente (2,7 m.). Aun cuando las compañías explotadoras se quejan muchas voces de la escasez de hombres, demuestran poco ingenio para utilizar mejor a los que va tienen y escasa preocupación por su seguridad.

Hasta este momento, las empresas forestales trabajan todas en pequeña escala y, por consecuencia, sus necesidades de crédito no son excesivas. Sin embargo, muchas veces se ven obligadas a construir costosos caminos para llegar a las zonas explotables. Puede ocurrir que las condiciones climatológicas los obliguen a realizar los cortes durante unos meses solamente y a esperar inactivas el resto del año, sin poder disponer de existencias considerables. En estas circunstancias, es evidente la necesidad de crédito.

Por ahora, la demanda de maderas nativas ha sido sumamente selectiva, aceptándose únicamente algunas especies y despreciándose las demás. La razón de esto estriba, en parte en la costumbre y, también en la naturaleza compleja del bosque. No se ha hecho un estudio de la mayoría de las maderas ni se ha establecido ano su aceptación en el mercado.

El obstáculo final está relacionado con el problema global del régimen de propiedad de la tierra. A pesar de que se dispone de grandes volúmenes de madera en pie, las demoras e incertidumbres para establecer la legalidad de un título de propiedad son una continua amenaza para las operaciones forestales eficaces y a largo plazo.

El Problema de la Legislación

El primer decreto relativo a explotaciones forestales se dictó en 1939. Declaraba parque nacional al monte Sajama y prohibía en adelante la tala de keñua. Exigía, además, autorización para talar o quemar árboles del bosque, hacía obligatoria la reforestación y ordenaba a los ayuntamientos que sostuviesen viveros. Se especificaban detalladamente las recompensas y castigos que las autoridades locales habían de poner en vigor. Desde aquella fecha se han expedido otros siete decretos que confirman los puntos anteriores.

Estas leyes revelan arma preocupación laudable por los recursos forestales, pero todas ellas contienen defectos tan graves que sería imposible hacerlas respetar, aun cuando el Gobierno estuviese dispuesto a intentarlo. Conceden demasiada importancia a la plantación y a esa supuesta magia de los permisos. Aparte de establecer un programa muy complicado de multas y recompensas, nada se estipula para llevarlo a efecto.

Declarar que el cedro no puede ser utilizado como combustible y que la repoblación es obligatoria en toda la República, expresa a la vez un concepto demasiado concreto y demasiado general, y revela falta de estudio, de datos estadísticos y de experiencia en el campo.

La legislación forestal no es materia que pueda tratarse en forma apresurada ni sentimental. En el caso de Bolivia, trata de reglamentar las relaciones entre un complejo biológico muy grande y poco conocido y un pueblo acostumbrado a utilizar ese recurso sin ninguna restricción. Es un pueblo joven que apenas si se ha familiarizado con aquellas industrias puramente extractivas, como son la minería y la agricultura nómada. Será tarea difícil inculcar en el pueblo la ponderación necesaria para manejar un recurso renovable.

La Protección de los Bosques

El problema de los incendios forestales no es igual en todas las regiones del país. Las Yungas, por ejemplo, tienen gran importancia no sólo por las maderas que pueden producir sino, aun más, porque allí nacen los ríos que cruzan lo que virtualmente es la tierra más productiva de Bolivia. Desgraciadamente, el tipo antiquísimo de agricultura nómada tan arraigado aquí, es de muy baja productividad pero de un gran poder destructivo. Los terrenos boscosos se talan, se queman y se cultivan durante una docena de años, aproximadamente, antes de permitirles volver a cubrirse de matorral y, con el tiempo, de árboles. Los incendios que se provocan para limpiar una extensión determinada, muchas voces se propagan más allá de los linderos, perjudicando los arbustos y los pastos, sin causar probablemente mayor daño a los bosques, que son demasiado espesos y húmedos para arder. La población de las Yungas sigue siendo escasa y el crecimiento de los árboles es exuberante. No son comunes, por lo tanto, las laderas desnudas y erosionadas, aunque sí existen algunos ejemplos, como desagradable recuerdo de lo que ha sucedido en otros países latinoamericanos que han tenido el mismo problema y lo han desatendido. Los resultados inevitables son las avenidas, los azolves y la pobreza.

En la parte norte y centro de Bolivia existe una enorme zona demasiado seca y de difícil drenaje incapaz de sostener vegetación forestal. Esta sección, que se conoce con el nombre de los llanos, es esencialmente terreno de pastoreo. Grandes manadas de ganado semisalvaje vagan por él en busca de agua en la época seca y de los ásperos pastos nativos, en otras. Es Costumbre casi general entre los ganaderos prender fuego a estos agostaderos para estimular el crecimiento de los nuevos pastos. Es muy probable que estos incendios estén reduciendo cada vez más el perímetro del bosque. A medida que la cubierta superficial se quema y el suelo queda expuesto a los rayos directos del sol, se seca más y es más propenso a arder cuando se produzca el próximo incendio. Se destruyen los vástagos jóvenes y el tipo de árbol va poco a poco cediendo el paso a los matorrales espinosos y a los pastos ásperos.

El problema de los incendios forestales se vuelve más serio en el este de Bolivia, donde la cubierta natural es un bosque bajo, inflamable, y la estación seca dura todo junio, julio y agosto. Contribuye a empeorar la situación una industria ganadera desorganizada, al igual que sucede más al norte y por las mismas razones.

El problema se agudiza más por la existencia de cuadrillas errantes de indios que no se sirven de los caminos y que consideran más cómodo el viajar a través de los bosques quemados. Es sumamente difícil gobernar sus actividades porque están completamente fuera de la ley.

Ha venido a intensificar todavía más el problema un ferrocarril que quema leña y que corre actualmente entre Corumba y San José, y que está siendo prolongado hasta Santa Cruz. De acuerdo con un patrón conocido y previsible, la frecuencia de los incendios ha aumentado precisamente allí donde se ha creado la demanda de leña y durmientes. Los suelos de esta región están condenados a daños progresivos e irreparables a medida que se destruye el humus y quedan expuestos a la erosión del viento y del agua. Se está creando a un mismo tiempo una vía férrea y un desierto.

Igualmente varía el problema de la tala excesiva y esto depende de la región de que se trate. Ya nos hemos referido a la continua destrucción del keñua en torno al monte Sajama, en donde se está destruyendo un tipo forestal único, de gran interés botánico, a cambio de una pequeña cantidad de carbón vegetal.

En los valles al sudeste del Altiplano, la población rural relativamente crecida está interesada principalmente en la labranza y el pastoreo en las laderas. Los árboles no se consideran sino como fuente de combustible. En consecuencia, el bosque y la tierra han alcanzado un estado de total degradación que no tiene igual ni siquiera en Bolivia. Lo que aquí existe no es un problema agudo de tala, sino el resultado de un problema que ya se agudizaba hace doscientos años.

Los bosques de zona lluviosa del norte de Bolivia son ricos en caoba, una de las maderas más valiosas del mundo. La tentación irresistible, sobre todo en un país cuyos problemas de transporte son difíciles, es talar únicamente la caoba y utilizarla para fines que podrían satisfacerse con otras maderas. Así, pues, la proporción en que existe la caoba en el bosque decrece constantemente. Ocupan su lugar especies inferiores y se produce un deterioro permanente. Casi todo tipo de bosque ha sufrido la misma suerte de tala selectiva, o sea la extracción de ejemplares valiosos en las primeras fases de la explotación. Lo trágico no es que se corte la caoba - ya que ésta debería utilizarse acertadamente - sino que se le dé tan poco valor que se utiliza hasta para pocilgas y ruedas de carro. Semejante despilfarro es un síntoma inequívoco de una economía forestal no desarrollada.

El ferrocarril va citado, al este de Corumba hacia Santa Cruz, crea otros problemas además del de los incendios. Actualmente son más bien pronósticos que realidades, pero el ejemplo de otros países es tan notorio que no debe despreciarse.

Las locomotoras de esta línea queman leña Si bien no hay nada que objetar en este hecho en sí, las enormes cantidades de leña necesarias para explotar un ferrocarril no pueden garantizarse de un modo permanente de un tipo de bosque abierto y de lento crecimiento, a menos que se tenga un especial cuidado. En menos tiempo del que pudiera imaginarse al contemplar las extensiones de bosques aparentemente interminables, se alejarán a distancias que resultarán antieconómicas. Cada año el combustible se conseguirá con más dificultad y por último se hará imprescindible o bien mantener plantaciones, o bien hallar otro combustible que no necesite ser renovado.

El mismo peligro existe con respecto a la explotación de los depósitos de mena de hierro que se proyecta efectuar en la región próxima a Matan, inmediatamente al sur del ferrocarril, en la frontera brasileña. Bolivia no tiene depósitos de carbón mineral y se supone que se utilizará el carbón vegetal para fundir el mineral. El patrón de la tala excesiva, el abandono, y la escasez de la madera vuelve a ser demasiado notorio para pasarlo desapercibido.

El examen precedente se resume en el hecho evidente de que es preciso establecer una política previsora para satisfacer las necesidades del pueblo de Bolivia y protegerlo contra los horrores de la devastación forestal y la escasez de la madera. Los árboles pueden proporcionar la madera que tan desesperadamente necesita. Los bosques pueden proteger los suelos, los ríos, la vida animal y la belleza de sus montañas. Los bosques pueden contribuir a la construcción de casas, a sostener los ferrocarriles y las minas y a producir las exportaciones de que depende la subsistencia del pueblo boliviano.

La industria privada ha demostrado tener iniciativa para ampliarse y actuar aún en contra de adversidades que se considerarían insuperables en otros muchos países. Necesita, sin embargo, ayuda oficial para explotar unos de los más hermosos bosques que continúan intactos en el mundo, y orientación para asegurarse de que estos bosques van a ser utilizados acertada y permanentemente, en beneficio de todos los bolivianos de hoy y de mañana.


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