Página precedente Indice Página siguiente


Medición del Peligro de Incendios Forestales en los Estados Unidos

Por A. W. LINDENMUTH, JR., Y RALPH M. NELSON
Dirección de Investigación de Incendios, Servicio Forestal de E.U.A., Estación Forestal Experimental del Sureste. Asheville, N.C.

En los Estados Unidos se registra cada año un promedio de más de 182.000 incendios forestales, o sea, casi trescientos por cada millón de acres (404.690 Ha.). Cerca de las dos terceras partes de estos incendios, o sea una concentración de unos 700 por millón de acres (1.730 por millón de Ha.), tienen lugar en el sur, región de la cual se espera que llegará a producir algún día la mitad de la madera que se produce en la nación, en tanto que en los estados del Pacífico noroeste, Oregón y Wáshington, donde se encuentra en pie casi el 40 por ciento de la madera aserrable can que cuenta el país, sólo acontecen 3.815 incendios forestales al año.

Los incendios varían en intensidad, desde los superficiales, intranscendentes y fáciles de apagar, a los verdaderos holocaustos que desafían toda medida preventiva. Como ejemplos de los que pertenecen a esta última categoría tenemos el incendio de Miramichi, registrado en 1825, en Maine y Nuevo Brunswick, del que se cree que arrasó 3 millones de acres (1.214.100 Ha.), y causó la muerte de 160 personas. El incendio de Peshtigo, en Wisconsin, ocurrido en 1871, asoló más de un millón de acres y dejó un saldo de 1.500 cadáveres. En 1933, el incendio de Tillamook devastó una de las mejores regiones madereras de Oregón, consumiendo 10.000 millones de pies tablares (45.300.000 m.3) de madera, cantidad inferior en sólo 4.000 millones de pies tablares (18.120.000 m.3) al total de la madera de aserrar cortada ese año en los Estados Unidos. Más recientemente, en 1947, los incendios calcinaron 240.000 acres (97.128 Ha.) en Maine, destruyeron 800 casas e hicieron sufrir terribles vicisitudes a incontables personas. Por fortuna, incendios de tal magnitud acontecen con poca frecuencia; pero el hecho de que pueden registrarse hace aun más patente la necesidad de contar con elementos de prevención bien adiestrados y organizados.

Con motivo de este peligro, los empleados forestales, los administradores de tierras, los terratenientes y otras personas encargadas de la administración o protección de terrenos forestales, se han preocupado seriamente, por muchos años, del problema de los incendios, buscando la forma de dominarlos ya sea con medidas preventivas o con medios de supresión inmediata.

Esta constante preocupación ha comunicado gran ímpetu al estudio y perfeccionamiento de las técnicas y del equipo para combatir el fuego. El hecho de que la extensión media de los incendios se haya reducido de 100 acres (40,47 Ha.), promedio de 5 años, 1926-1930, a 37 acres (14,97 Ha.), promedio de 5 años, 1945-1949, y de que en terrenos que no cuentan con protección organizada ocurran cinco veces más incendios por millón de acres (404.700 Ha.) que en aquellos protegidos por organismos públicos o privados, demuestra el gran valor de las técnicas bien establecidas. No poca parte de este éxito, obtenido por todo el país, se debe a la implantación de sistemas de medición del peligro de incendio. Como base para tales sistemas, se establecen en puntos estratégicos de los bosques, estaciones dotadas de instrumentos que miden la humedad del material combustible, la velocidad del viento, la precipitación y otras variables que afectan las condiciones propicias al fuego. El conocimiento que se obtiene con la medición diaria de los factores variables que afectan directamente la inflamabilidad de los combustibles forestales -- factores que, colectivamente, se denominan «peligro de incendio», en cientos de estaciones especiales - 300 tan solo en el sur -, ha sido de gran valor para reducir los incendios a proporciones moderadas y para prevenir, hasta cierto punto, los causados por el hombre.

Primeras Investigaciones sobre la Medición del Peligro

Los primeros combatientes de los incendios forestales sabían, indudablemente, que bajo ciertas condiciones del material combustible y del tiempo, los incendios de los bosques se propagan con mayor o menor velocidad y revisten más o menos gravedad. Los métodos empíricos, tales como calcular la velocidad del viento por el movimiento de las ramas o el desplazamiento del humo, y la humedad del material combustible por el grado hasta donde las agujas de pino se pueden doblar sin romperse, o por la facilidad con que las hojas de los arboles de especies duras se remuelen en la mano, eran útiles para el hombre experimentado, en una zona que le fuera familiar. Sin embargo, no podía utilizarlos con precisión para juzgar la gran variedad de condiciones que existían entre las veces en que los bosque. estaban a salvo de incendios y las veces en que se hallaban en estado de gran inflamabilidad.

Reconociendo la urgencia de dar con mejores métodos para medir el peligro de incendio, H.T. Gisborne, de la Northern Rocky Mountain Forest and Range Experiment Station (Estación Experimental de Bosques y Praderas en la zona norte de las Montañas Rocallosas) inició, a principios de la década 1921-1930, un estudio de las variables que influyen en la gravedad de las condiciones de combustión. Descubrió cuatro factores de suma importancia: (1) la estación del año, ya fuera que la vegetación inflamable estuviera verde, o en un estado de transición, o curada; (2) la humedad del material combustible de mayor grueso, determinada en varas de media pulgada; (3) la humedad relativa, que era una medida de la inflamabilidad de los materiales combustibles más ligeros; y (4) la velocidad del viento. Integró estas variables en un medidor del peligro semejante a una regla de cálculo que, por vez primera, permitió a un funcionario jefe de vigilantes contra incendios forestales, obtener un índice numérico del peligro de fuego. Por fin se podían definir y precisar las condiciones de combustibilidad. El invento demostró ser tan útil, que otras Estaciones Experimentales desarrollaron sistemas de medición del peligro de incendios, adaptados a sus peculiaridades regionales.

Diferencias Regionales

Las diferencias que hay en tipos de bosque, material combustible, clima y topografía en las principales regiones forestales de los Estados Unidos, han dado origen a variaciones en los métodos de medición del peligro. El carácter, disposición y volumen de los materiales; la periodicidad y cuantía de la precipitación pluvial, la velocidad del viento, la temperatura, el aspecto y la elevación, no son sino unos cuantos de los factores que había que tomar en cuenta.

Desde las Montañas Rocallosas hacia el oeste, la precipitación pluvial alcanza un promedio de 10 a 20 pulgadas (25,4 a 50,8 cm.) al año, registrándose la mayor parte en invierno. Los bosques son de coníferas y los materiales combustibles consisten principalmente en una profunda carpeta de residuos forestales en proceso de descomposición, o gruesas capas de desechos que quedan después del corte. Debido a lo seco de los veranos y a la naturaleza del material combustible, los efectos acumulativos de la sequía tienen gran importancia en la determinación del peligro de fuego. La humedad contenida en los materiales combustibles decrece progresivamente durante los períodos dilatados de sequedad, y por esa razón se emplean las varas de media pulgada, que no se secan rápidamente, como medidas del contenido de humedad.

En la otra gran zona forestal, o sea la región del este, que se extiende desde unos cuantos centenares de millas al oeste del Misisipí - excluyendo la región llanera central, que no cuenta con bosques de importancia - hasta el Océano Atlántico y el Golfo de México, la precipitación pluvial de 40 a 60 pulgadas (1.016 a 1524 mm.) anuales se distribuye con bastante igualdad entre todas las estaciones. Los períodos prolongados de sequía no son muy frecuentes. Los bosques se componen de una mezcla de tipos de follaje caedizo y de coníferas. Los materiales combustibles son por regla general, pastos en los pinares del tipo de hoja alargada que crecen en el sur; agujas del pino tipo P. Taeda, en los bosques del sudeste; hojas de árboles de especies duras, en los bosques de hoja caediza en las zonas montañosas; y carpeta de detritus forestales de abeto y pinabete, en la región más septentrional. Dada la abundancia de lluvias, los incendios se propagan especialmente en los materiales combustibles superficiales. En consecuencia, el elemento importante en el peligro de incendio es la variación diaria en el contenido de humedad de las hierbas secas o la capa superior de las hojas de coníferas o de especies duras. En el noreste y en el sur, para medir el contenido de humedad de esta clase de material combustible, se emplean tablillas de tilo o «basswood», de un octavo de pulgada; en algunas partes del este, se emplea como indicador la humedad relativa.

A medida que la incesante labor de investigación permitía una identificación más clara de las. variables regionales que contribuyen al peligro de incendio, y a medida también que los funcionarios encargados de la prevención de incendios se familiarizaban con los múltiples empleos de la medición del peligro, los medidores en que se integraban las variables empezaron poco a poco a modificarse. En vez de graduarlos, como al principio, en unas cuantas grandes clases, se sirven ahora en su mayor parte de una escala que va de cero o uno, hasta un máximo de 100 unidades. Con todo, no se han uniformado los puntos más bajo y más alto, y las graduaciones intermedias varían según los diferentes tipos. Por ejemplo, en la sección septentrional de las Montañas Rocallosas, el mínimo de 1 indica condiciones bajo las cuales los incendios probablemente no aumentarán en magnitud; una medida de 100 significa que pequeños incendios pueden volverse incontrolables. En ciertas partes del este, las 50 graduaciones inferiores de la escala de 100 puntos se dividen en seis clases proporcionales a la facilidad con que pueden iniciarse los incendios. La parte superior de la escala constituye una sola clase que representa condiciones en extremo peligrosas.

Aplicaciones de la Medición del Peligro de incendio

Es posible relacionar los grados de peligro con cierto número de fenómenos píricos tales como la velocidad de propagación, conducta, ocurrencia o daños del fuego, siempre que el clima de la localidad haya sido muy bien estudiado por estaciones meteorológicas equipadas con instrumentos de gran precisión y a cargo de observadores competentes. El número de estaciones y su ubicación, así como los elementos a ser medidos, dependen principalmente de la diversidad del clima y el empleo que vaya a darse a los datos.

En el oeste, donde el terreno y los materiales combustibles presentan por lo regular más dificultades que en el este, varios elementos de peligro de fuego son incorporados en un índice que sirve para determinar el número de hombres que habría que mandar para combatir un incendio. Por ejemplo, en California han perfeccionado un medidor que integra el tipo de material combustible y su grado de humedad, el porcentaje de declive del terreno, y la velocidad del viento. El medidor correlaciona estas variables con un factor de ritmo de propagación del incendio. Este resultado, puede convertirse en cifras que indican el número de hambres que se necesitan para construir líneas de aislamiento del fuego bajo condiciones dadas.

En las Montañas Rocallosas septentrionales, donde los grados de peligro se correlacionan con la conducta del fuego, y donde el secamiento acumulativo de los combustibles durante el verano es el factor principal en el peligro de incendio, los datos que proporciona el medidor sirven de valiosa guía en la colocación de los guardas forestales en servicio en las numerosas posiciones de control establecidas. Esta región occidental es abrupta y montañosa, y hay vastas zonas alejadas de los centros de población. Por tanto, no es posible aumentar o reducir el número de hombres empleados de día en día, como se hace en el este. Durante el invierno, la primavera y el otoño, cuando los materiales combustibles están cubiertos de nieve o bien, se encuentran mojados al derretirse ésta, la lectura media de peligro es de casi cero y, son pocos los puestos de la organización preventiva de incendios que se tienen que cubrir. Pero a medida que aumenta el peligro de fuego hacia fines de la primavera, cuando las lecturas varían entre 20 y 30 durante algunos días, y después entre 30 y 40, y así sucesivamente, se contratan más y más hombres hasta que se completa el número necesario para hacer frente al trabajo normal de supresión de incendios. Estos hombres no dedican necesariamente todo su tiempo al combate de incendios o actividades preventivas. Hay intervalos en que las lloviznas o los nublados disminuyen temporalmente el grado de peligro, y durante estos períodos se retira al personal de las posiciones preventivas y se les asignan tareas tales como la reparación del equipo, atención a líneas telefónicas, y otros trabajos por el estilo. Sin embargo, no por ello dejan de estar disponibles en todo momento estos elementos para cumplir con sus obligaciones de combatir el fuego si llega a registrarse.

En la populosa región del noreste, donde el 99 por ciento de los incendios son provocados por descuidos de la gente, las lecturas de peligro se han puesto en correlación con la probabilidad relativa de aquellos que se produzcan; en consecuencia, la escala del medidor del peligro se gradúa según las circunstancias. Se ha descubierto que la probabilidad de que se inicien incendios depende sobre todo del número de gentes que hay en un bosque, y del cuidado con que manejen o desechen materiales ígneos, extingan las hogueras después de acampar, quemen los desechos, o de que en alguna forma empleen materiales capaces de encender los combustibles forestales. Por lo regular, el número de personas visitantes o residentes en un bosque se mantiene constante durante largos períodos, habiéndose observado que también sus hábitos siguen siendo aproximadamente los mismos, a menos que se tomen medidas drásticas para cambiarlos.

El análisis de los datos registrados en una región, donde el número de gentes y sus hábitos eran bastante estables, indica que puede existir una estrecha correlación entre las lecturas exactas del peligro de fuego y la frecuencia con que se registran incendios. La zona tomada como ejemplo abarca unos 2.300.000 acres (930.810 Ha.), y forma parte de uno de los estados del este. Más de 3.000 incendios, ocurridos durante los 3 años del período 1947-1949, fueron comparados con lecturas promedio del peligro - obtenidas en siete estaciones preventivas distribuidas por toda el área - correspondientes a cada día del período mencionado. El coeficiente de correlación fué 0,94, lo cual significa que el 88,4 por ciento de la variación media diaria en el número de incendios fué señalada por variaciones en el peligro de incendio.

De esta suerte, en el noreste se puede utilizar el medidor con toda confianza para predecir el número de incendios que se producirán de un día para otro. Sobre la base de los pronósticos del tiempo dados a conocer con 24 horas de anticipación por el Servicio Meteorológico de los Estados Unidos, se hacen cálculos sobre la humedad del material combustible, la velocidad del viento, la precipitación pluvial y la temperatura, y a continuación se determina el peligro de incendio. El director del servicio de prevención al conocer el índice del peligro de incendio y el número de fuegos que cabe esperar, decide si hay necesidad de destacar vigilantes que localicen su iniciación, cuántos hombres habrá que contratar para los trabajos de supresión, y el número de piezas y tipo de equipo que probablemente se necesitará durante ese período. Lo anterior proporciona una base útil para otras muchas decisiones esenciales al planeamiento adecuado de la prevención de incendios. Si el cálculo del número de incendios es considerable, se puede poner sobre aviso al público por medio del radio y la prensa.

Si se tienen lecturas diarias de la inflamabilidad relativa, se podrán comparar estaciones o años referentes a una unidad particular de superficie. En el noreste se hace esto sumando las lecturas diarias y determinando la relación entre las lecturas y el número de incendios. Como las lecturas diarias son proporcionales al número de incendios esperados, la misma relación será válida para períodos más largos. La proporción de una variable a la otra se puede utilizar como medida de las variaciones de la inflamabilidad. Una comparación entre el número de los incendios acontecidos y los esperados puede utilizarse también para precisar la efectividad de las medidas contra incendio. Esto es posible debido a que, en predios de gran extensión, el número de gentes que hacen uso del bosque permanece relativamente constante. De esta suerte, el número de incendios se ve afectado principalmente por el cuidado con que la gente maneja o utiliza el fuego (uno de los elementos de riesgo), y por la inflamabilidad (tal como se revela en las lecturas del medidor de peligro). Una gráfica de la proporción entre los incendios esperados y los acontecidos, en función del tiempo, establece si los incendios aumentan o disminuyen y proporciona de esta suerte, una medida de la efectividad de las actividades preventivas.

Conforme a este tipo de comparación se ha determinado que el número de incendios, por unidad de la escala de peligro, ha decrecido en un 21 por ciento en la región del nordeste, durante los últimos cinco años. En varios estados la reducción ha sido altamente significativa. Por cuanto a la densidad de población de la zona no ha disminuido, el menor número de incendios sólo puede atribuirse a los buenos programas de prevención. La estricta observancia de las leyes relativas a permisos para la quema de desechos forestales, y la proclamación de advertencias durante los períodos críticos, ambas medidas basadas en el peligro calculado, son las que se considera han producido los mejores resultados.

La suma de unidades del índice de combustibilidad durante días o semanas sucesivas, puede ser un útil indicador de situaciones críticas inminentes. Lo anterior queda ilustrado haciendo un análisis de las condiciones de combustibilidad que prevalecían poco antes del período del 21 al 25 de octubre de 1947, en que los incendios forestales causaron en Maine daños catastróficos. Una comparación de los datos registrados durante julio, agosto y septiembre de 1947, con promedios correspondientes a los años 1943 - 1946, no revela nada notable que pudiera haber causado preocupación a los funcionarios del servicio contra incendios. Sin embargo, al acumular unidades de índices de combustibilidad, por períodos de cinco días, empezando el lo de septiembre, como se hace en el cuadro que a continuación se inserta, se advierte de inmediato que a principios de octubre había signos de un peligro creciente.

Fecha

1947
Unidades

1943-1946
Unidades

20 de septiembre

80

80

25 de septiembre

100

110

30 de septiembre

160

135

5 de octubre

200

160

10 de octubre

350

190

15 de octubre

555

220

20 de octubre

800

240

25 de octubre

1140

270

31 de octubre

1350

300

De haberse contado con esta información, el aumento tan marcado en unidades de índice de combustibilidad durante el período del 5 al 15 de octubre, hubiera sido la señal de alerta para todos los organismos contra incendios forestales y para el público en general. Hacia el 20 de octubre se hubiera visto sin lugar a dudas que las condiciones eran en extremo críticas. Los métodos que en la actualidad se emplean, señalarán la aparición y formación de cualquier período crítico semejante.

En el sur, donde se ha descubierto que más de la mitad de las variaciones en la rapidez media de propagación del fuego se pueder atribuir a variaciones en el índice de peligro, la principal aplicación que tienen los cálculos de peligro es guiar la acción encaminada a controlar los incendios. Cuando los cálculos indican propagaciones muy rápidas, se emplea mayor número de observadores para acelerar el descubrimiento de los incendios, se despachan cuadrillas más numerosas a combatirlos, se utilizan plenamente los equipos mecánicos en la apertura de brechas para aislar el fuego, y se emprende cualquier otra acción que pueda ayudar a evitar que aumente la magnitud del incendio.

Además de sus aplicaciones directas como guías y medidas, los índices de peligro se consideran algunas veces como un factor entre varios que se integran a fin de llegar a otros índices. Por ejemplo, en el este, los índices de peligro son uno de los factores que se reconocen a estimar los daños causados por el fuego. Ha quedado establecido que el número de árboles destruídos o dañados por el fuego, considerando el tipo especifico de especies, la densidad del rodal y el tamaño de los árboles, tiene una estrecha relación con los índicas de peligro.

Acaso debió haberse subrayado al principio de este artículo que ningún invento mecánico, tal como el medidor del peligro de que se ha hablado, puede substituir al sentido común en la prevención de incendios. Son tantas las variables que influyen en la conducta del fuego, que no puede haber reglas fijas respecto a la manera como puede controlarse un incendio. Sin embargo, un conocimiento de lo que es probable que ocurra en determinados grados de peligro, puede prevenir un desastre. Además, durante períodos críticos, cuando se hace necesario confiar responsabilidades a hombres de menos experiencia, puede ser muy valiosa la ayuda de un plan de combate basado en el grado de peligro estimado. La lucha contra los incendios forestales requiere los servicios de un buen personal y el empleo de buenas herramientas. La medición del peligro de incendio viene a constituir una de las mejores.


Página precedente Inicìo de página Página siguiente