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El cedro de las bermudas

por GORDON R. GROVES *

Director de Agricultura, Bermudas

* Este artículo se refiere a un territorio de superficie muy pequeña, pero cuya historia ofrece un interesante ejemplo de cómo una acción enérgica, en contraste con la apatía, puede contrarrestar los efectos de la despoblación forestal aun cuando ésta haya sido motivada por causas naturales. El artículo fué publicado en World Crops (Londres) y se reproduce en Unasylva con la autorización del editor de dicha revista mensual.

LAS Bermudas, situadas en el Atlántico occidental al este de la corriente principal del Golfo de México, entre los 32° 14' y 32° 23' de latitud norte y los 64°38' y 64° 53' de longitud occidental, sólo cuentan con 17 especies botánicas espontáneas, entre las cuales el enebro o cedro de las Bermudas, Juniperus bermudiana L. es, por amplio margen, la más importante. En estas islas existen, desde luego, muchos centenares de diversas especies de plantas, pero, excluyendo las 17 de origen estrictamente indígena, todas las demás se derivan de aquellas que crecen en algunos sectores meridionales de los Estados Unidos y en las Antillas o han sido traídas a la colonia por la mano del hombre desde muchos lugares del mundo.

Durante siglos el cedro de las Bermudas ha sido el árbol dominante de las islas y, aunque el número de individuos vivos es relativamente bajo en la actualidad, el autor de este artículo cree que la regeneración natural de esta especie puede verificarse fácilmente en algunas zonas que han permanecido sin tocarse. En los valles protegidos y en suelos más fértiles, este cedro ha alcanzado dimensiones bastante grandes, llegando los árboles a medir 24 pulgadas de diámetro y 50 pies o más de altura. Por el contrario, en las laderas y en los suelos poco profundos, completamente expuestos a los vientos del Atlántico, los árboles son mucho más pequeños no pudiendo muchas veces clasificarse sino como arbustos o monte bajo. Entre estos dos extremos hay, sin embargo, árboles que alcanzan dimensiones diversas y que crecen en agrupaciones compactas cubriendo gran parte de la superficie de las tierras. Se estima que en algunos lugares densamente poblados, el número de árboles por acre asciende a unos 500, mientras que en otros sectores la cifra correspondiente no llega quizás sino a 100 árboles, lo que arroja un promedio de 200 a 300 cedros por acre.

El desarrollo de las Bermudas

Esta espesa formación arbórea constituía una excelente barrera contra el viento y en muchos casos las viviendas quedaban completamente escondidas a la vista de los transeúntes que pasaban por las carreteras. A este respecto, es de interés particular mencionar como fueron desarrollándose las Bermudas dentro de un bosque de enebros. En efecto, sería difícil encontrar un caso parecido de desarrollo en ningún otro sitio, con una agrupación de árboles tan compactos al mismo borde de las ciudades y de las casas. No puede negarse que la gran cantidad de árboles de la misma especie ofrecía un panorama que podía calificarse como «opaco» pero, al mismo tiempo, hay que reconocer que el cedro proporcionaba una sombra tenue y que bajo los árboles crecía libremente la hierba. Este tipo de cedro se adapta bien a los suelos calcáreos de las Bermudas, de estructura poco profunda, y es resistente a las corrientes de aire en los lugares expuestos, lo que explica su gran valor como rompevientos primarios para la protección de la vegetación más débil, como, por ejemplo, árboles frutales, hortalizas y determinadas plantas ornamentales. Además de estas útiles cualidades, los cedros daban a cada vivienda cierta independencia sin que fuera necesario plantar otros árboles y arbustos. Por otra parte, se trataba de conservarlos con gran esmero porque, en realidad, constituían el fondo del panorama isleño. Cuando la construcción de una casa requería el aclareo del terreno, la corta se limitaba al número de árboles estrictamente necesario para despejar el espacio suficiente y dejar una pequeña vereda como vía de acceso desde la carretera hasta la residencia. Además, el jardín se formaba rápidamente dejando todos los árboles restantes y segando el pasto entre ellos. Esto daba un aspecto de esmerada pulcritud, permitía cierto aislamiento entre las viviendas y brindaba protección contra el viento y buena sombra durante los cálidos meses de verano. La formación de un jardín de este género requería, por consiguiente, esfuerzos relativamente pequeños. Cuando las tierras eran laborables, se extraían los árboles de aquellas partes donde el suelo era suficientemente profundo para el cultivo de hortalizas y de otras plantas, respetando sin embargo los cedros que bordeaban las pequeñas parcelas, los cuales se conservaban cuidadosamente por las razones antes expuestas.

Antecedentes

Lo que precede da una idea del aspecto panorámico de las Bermudas cuando el autor pisó por primera vez su suelo hace 17 años. La situación ha cambiado mucho desde entonces y precisamente a esta evolución se refiere el siguiente relato. Es oportuno que en esta coyuntura se ahonde un poco en la historia de las Bermudas puesto que el cedro es un árbol que ha figurado prominentemente en las obras de los historiadores del tiempo de la colonia. Cuando las Bermudas fueron colonizadas en 1610, todas las islas estaban densamente pobladas de Juniperus bermudiana. Grandes cantidades de árboles se utilizaron para la construcción de barcos y muchos como combustible.

En 1627 se promulgó una ley cuyo objeto era la conservación de esta especie, pero evidentemente ello no impidió que continuaran las cortas y se desatendiera a la repoblación. A principios del siglo XVIII se tuvo ya que recurrir a la importación de madera para la construcción de casas y barcos. Para esa época, gran parte de los suelos debía estar desprovista de árboles, como lo indica un corresponsal de la Bermuda Gazette que en 1786 escribió: «Todas estas montañas y valles, que en un tiempo estuvieron bellamente revestidas del vigoroso cedro y que causaban la admiración del visitante, no son ahora sino yermos desnudos y estériles, despojados de lo que constituía su orgullo». El hecho de que no se haya mencionado ningún proyecto general de repoblación hace pensar que no se hizo ningún esfuerzo para restablecer el bosque en las zonas denudadas, sino que efectivamente se produjo una regeneración natural.

El Juniperus bermudiana es un enebro típico y las especies con las que está más íntimamente relacionado son el J. virginiana y el J. silicicola, ambos del sudeste de los Estados Unidos. Casi todos los años produce una abundante cantidad de semillas, cuya germinación tarda de tres a seis meses y, a veces, más tiempo, según la humedad que, en este caso, es el factor determinante. El crecimiento en las etapas iniciales de desarrollo es lento, ya que el árbol, anualmente, sólo sube 1 pie, como promedio, durante los primeros 10 años de vida. Nunca se ha determinado con precisión la verdadera longevidad de este cedro. Por ejemplo, en los terrenos de la iglesia de San Pedro en St. Georges, existía un cedro de grandes dimensiones que murió hace algún tiempo y cuya edad fué calculada entonces en 200 años. Se sabía que otro árbol de la misma especie, que medía 24 pulgadas de diámetro, tenía 85 anos porque se había registrado cuidadosamente la fecha de su plantación, pero éste murió en los últimos cinco anos, y su muerte fué atribuida a los ataques de las cochinillas.

La madera de este árbol es generalmente muy nudosa, debido a una abundante ramificación, y su fibra es demasiado irregular para que pueda ser utilizada en la fabricación de lápices. Los ensayos han demostrado que su resistencia al corte es alrededor de un 14% más elevada que la de la madera del J. Virginiana y más o menos igual a la del J. procera. En las pruebas realizadas para su uso como ademes, se observó que la madera era demasiado quebradiza y que se rompía repentina e inesperadamente. Esta madera se utiliza, sin embargo, extensamente en las industrias locales de ebanistería y manufactura de objetos de recuerdo para los turistas, y su tonalidad pardo rojiza unida al perfecto pulido del artículo acabado hacen que éste dé mayor distinción a la casa donde se coloca. Todos los años durante los meses fríos de diciembre a abril, se consumen cantidades considerables de madera de cedro que se queman en chimeneas abiertas para calentar las casas durante las noches de invierno.

Insectos nocivos

En un documento preparado por Waterston (Trop. Agric., Trin., 26, Nos. 1-6, 1949) figuran todas las plagas que atacan el enebro de las Bermudas. Waterston enumera unos 20 insectos destructivos que han sido registrados hasta abril de 1947 como enemigos de dicho árbol. De estas plagas, las más importantes son la cochinilla del enebro, Carulaspis visci y la cochinilla ostriforme Lepidosaphes newsteadi, cóccidos que se supone fueron introducidos accidentalmente en las Bermudas con el material de plantación procedente de los Estados Unidos.

Antes de principiar el siglo XX, el cedro de las Bermudas parecía mantenerse extraordinariamente libre de plagas. En su obra The Bermuda Islands, 1902 A.E. Verril dice que «el cedro parece ser muy poco propenso a los ataques de insectos». La mayor frecuencia de los viajes a la colonia por barco, y últimamente por aire, así como el floreciente comercio turístico, han hecho de las Bermudas un lugar muy visitado por muchos miles de personas desde principios del siglo actual. Esto ha dado como resultado un mayor interés en la introducción de nuevas plantas hasta ahora desconocidas en las Bermudas, y es obvio que con ellas entran también los insectos.

Periódicamente se denunciaban los daños causados a los cedros por los ataques de insectos y, para 1930 la infestación se manifestaba ya claramente en distintas secciones de los árboles. Estos danos fueron en aquel entonces atribuidos al cóccido identificado como Acutaspis perseae. En 1935 se recibieron informes acerca de la existencia de dos especies de ácaros que producían la hinchazón de los ramos. Más tarde, se comprobó que un ofidio causaba el amarilleo del follaje. Antes de 1944, eran pocos los árboles que efectivamente habían perecido a causa de la infestación de insectos, pero en ese año empezaron a morir en proporción alarmante, descubriéndose entonces como causa del desastre la presencia de dos nuevas plagas. La cochinilla ostriforme se encontró en la zona de Tuckers Town al extremo oriental de la isla, y la cochinilla del enebro, en la parroquia de Pagel, situada en la parte central de la colonia. Estos dos cóccidos se propagaron con suma rapidez y, en las primeras fases del ataque, los árboles morían a los seis meses de infestación. Dichos insectos atacan al follaje y a las nebrinas causando una rápida defoliación.

A raíz de las dos primeras infestaciones, los cóccidos se extendieron en todas direcciones. En el momento de escribir este artículo, la proporción de árboles muertos en la colonia asciende al 90 por ciento. El estado de los pocos pies que quedan vivos no es muy satisfactorio, pero los arbolitos de ciertas zonas parecen estar sanos.

Cuando la causa de los daños fué determinada, se trató de extirpar las plagas mediante el método químico, pero la pulverización de extensas zonas forestales, debido a la modalidad del desarrollo que se había producido en las Bermudas, resultó impracticable, por lo que, tarde o temprano, fué menester abandonar este procedimiento y adoptar el método de lucha biológica.

Lucha biológica

En 1947 se solicitó la ayuda del Commonwealth Institute of Biological Control para hacer frente a este problema. Ese mismo año, el Dr. W. R. Thompson, Director del Instituto, pasó algunos meses en la colonia para dar sus consejos respecto a la posible introducción de ciertos insectos que pudieran eliminar a los dos cóccidos que causaban la muerte de los cedros. De 1947 a 1953, el Commonwealth Institute of Biological Control se ha dedicado con ahinco a la solución de este problema. Durante dicho período se introdujeron en la colonia unas ocho especies de coccinélidos (mariquitas) procedentes de diversas partes del mundo. El Gobierno de las Bermudas facilitó fondos para la construcción de un laboratorio en California a fin de que éste se ocupara de la cría de insectos predadores y de parásitos que habrían de ser enviados a las Bermudas. El laboratorio del Departamento de Agricultura de las Bermudas fué reconstruido totalmente a fin de dar cabida al equipo destinado a la producción de estos coccinélidos. Durante 1949 y 1950 se designó un grupo de nueve personas para que se encargara de la reproducción de dichos insectos entomófagos, los cuales deberían soltarse ulteriormente en los bosques de cedros. A fin de proporcionar alimento a estos insectos, se crió la cochinilla de la adelfa, Pseudaulacaspis pentagona, en tubérculos de patatas.

A pesar de la vigorosa actuación del Director del Commonwealth Institute of Biological Control y de su personal, los cóccidos continuaron produciendo sus destructivos efectos y, aunque parece que la cochinilla ostriforme llegó a desaparecer debido a una enfermedad producida por un hongo parasitario, el cóccido del enebro se propagó por todas las islas. Los árboles que menos sufrieron fueron los de Sandys, la parte situada más hacia el occidente. Se estima que, de haberse podido iniciar la lucha biológica poco después de la identificación de los cóccidos destructores, se hubiera podido salvar un mayor número de árboles. En aquel entonces los entomólogos que estudiaban el problema no estaban plenamente convencidos de que el Lepidosaphes newsteadi y el Carulaspis visci pudieran causar la muerte de estos cedros. Estos mismos cóccidos existen en varias partes del mundo, incluyendo Europa y América, pero por lo que se sabe no hay ningún dato registrado que indique que el ataque de esos insectos da por resultado la muerte de árboles de grandes dimensiones. El autor de este artículo ha visto en el sudeste de los Estados Unidos enebros sumamente infestados con la Carulaspis visci, cochinilla, pero los árboles no parecían sufrir sus efectos. Es cierto que también eran abundantes los enemigos naturales de estos cóccidos y se supone que los parásitos y los insectos predadores mantenían la población de cochinillas en un nivel lo suficientemente bajo para causar graves danos a los árboles. Esto es lo que se esperaba lograr en las Bermudas mediante los métodos biológicos de lucha, y en ello funda el autor su creencia de que los cedros jóvenes que actualmente crecen en algunas partes de la colonia podrán prosperar y convertirse en árboles maduros. Es probable que la cochinilla del enebro siga constituyendo en la colonia una fuente potencial de peligro para estos árboles, pero se espera que los enemigos naturales de este cóccido impedirán su acción devastadora.

Cambio d e panorama

Debido a que el 90 % de los cedros habían sido destruidos por estos crecidos, la Junta de Agricultura de las Bermudas inició en 1949 un programa general de repoblación de bosques. En junio de 1952 se promulgó una ley (Reafforestation Compulsory Powers Act) mediante la cual se autorizaba a la Junta de Agricultura a extraer todos los cedros muertos a lo largo de las carreteras, dentro de una faja de 50 pies de ancho a uno y otro lado, y a repoblar las zonas aclaradas con árboles adecuados, corriendo de cuenta del gobierno los gastos consiguientes. Esta ley fué modificada recientemente a fin de incluir todas las tierras públicas, otra faja adicional de 50 pies a cada lado de las carreteras, todos los campos de golf y las islas de Hamilton Harbour.

La muerte de los cedros representó en realidad una enorme pérdida para las Bermudas. Cualquiera que tenga cierta noción del valor turístico puede apreciar fácilmente todo lo que significa esta pérdida de belleza. La industria del turismo constituye la fuente principal de ingresos en las Bermudas, las que, desde la segunda guerra mundial, han sido visitadas todos los años por un número cada vez mayor de personas, que se ha elevado de 40.000 a 100.000 en 1954. La importancia de dicha industria para las Bermudas ha hecho que el gobierno, en primer lugar, emprenda un vigoroso programa para retirar los árboles muertos de los sitios más visibles e iniciar la replantación con una variedad mucho mayor de plantas.

Este programa supone la inversión de sumas considerables de los fondos públicos y, por consiguiente no puede ser desarrollado con gran rapidez. La corta de los árboles inertes es una tarea relativamente fácil, paro existen además otros problemas que hay que tener presente y que se relacionan con la utilización de la madera obtenido en estas operaciones. Por otra parte, la labor de propagación de árboles, palmeras y arbustos adecuados para la plantación de unas 180 millas a lo largo de las carreteras y de los terrenos públicos y para suministrar ejemplares a muchas fincas privadas, no es una empresa sencilla. Debido a las fuertes corrientes de aire que azotan la colonia, es indispensable tratar de establecer buenos rompevientos con plantas resistentes y esto requiere grandes cantidades del material conveniente. Muchas son las plantas que se han perdido por los efectos del viento y de las sequías ocasionales. Otro de los problemas con que tropieza el programa de repoblación forestal es el de los trabajadores ya que, debido a la afluencia de turistas, prácticamente no existe la desocupación y por consiguiente es difícil conseguir la mano de obra que se necesita. Hay que agregar que la situación se ha agravado debido a que fué necesario modificar el concepto general de la jardinería panorámica en vista de que el cedro había dejado de constituir el elemento principal de los jardines. A pesar de todos estos inconvenientes, se han logrado notables progresos y las zonas plantadas en 1950 han empezado a mostrar señales de mejoramiento.

La evolución del panorama parece ilustrar el cambio gradual que se está produciendo, ya que la pérdida del árbol nativo y el trabajo que supone la reparación de los danos pueden compararse con los cambios estacionales del verano, el otoño, el invierno y la primavera. Podría denominarse como verano el período anterior a 1945, cuando los cedros extendían su manto verde por toda la colonia, y como otoño, el período de 1945 a 1950, cuando los árboles presentaban grandes manchas parduzcas y morían debido a la infestación de los cóccidos, coloreando las laderas de un gris violáceo. De 1950 a 1955 prevaleció el invierno, cuando vastas zonas permanecían desnudas, o, en otros casos, conservaban árboles muertos en pie, que ofrecían un aspecto triste y desolado. Por último, como resultado de nuestros esfuerzos y con la ayuda de la naturaleza, hemos proyectado extraer los árboles muertos y plantar en las zonas denudadas nuevos arbolillos durante el período de 1955 a 1960, que podrá denominarse la primavera, ya que se espera que toda la campiña empiece a florecer de nuevo, completando así el cambio gradual de un paisaje caracterizado por una determinada especie vegetal a un panorama que estará dominado por una variedad de árboles, arbustos y palmeras.

Uso de la madera de cedro

Se calcula que sólo el 25 por ciento de los árboles cortados pueden producir buena madera. Gran número de éstos tienen menos de doce pulgadas de diámetro, troncos huecos, o grandes secciones secas en sus tallos lo que da como resultado una considerable cantidad de material que sólo sirve como combustible. Existe una demanda constante de madera sólida para consumo local y, desde luego, se utilizan cantidades relativamente grandes de leña durante los meses de invierno. A pesar de esto, un enorme volumen de ramas y troncos prácticamente inservibles se queman en el mismo lugar durante las operaciones de corta. Al conservador, esto le parece un desperdicio abominable de material que podría tener un valor potencial en el comercio. La madera de cedro, cuando se utiliza para la fabricación de muebles, es uno de los productos preferidos por la mayoría de las personas, debido a la hermosa apariencia del material. Los numerosos nudos que posee aumentan su belleza. Teniendo en cuenta estos factores, así como el elevado costo anual que supone para el erario el mantenimiento del programa de repoblación forestal, el Gobierno de las Bermudas ha estado explorando la posibilidad de convertir los residuos de esta madera en un producto comerciable. Con este fin se ha pedido a una compañía de ingenieros de California, Estados Unidos, que hagan ciertas investigaciones sobre el aprovechamiento de estos desperdicios. Se descubrió que todo el material que actualmente se quema en el lugar de la corta, incluidas las ramas finas, podía ser transformado en láminas prensadas de bellísimo diseño y colorido. El producto acabado tiene evidentemente un gran número de aplicaciones como, por ejemplo, revestimiento de paredes, fabricación de puertas, entarimados, mesas de café y otras piezas de ebanistería. Los resultados comunicados por el ingeniero encargado de la investigación fueron sumamente favorables, informando que el producto acabado es de color excelente y de apariencia mucho más atractiva que cualquier otra madera de las que había él elaborado anteriormente.

Dicho en pocas palabras, el procedimiento general consiste en someter la madera en bruto, incluyendo las ramas, a la acción de una máquina cortadora que la convierte en astillas de distinto tamaño. Estas astillas se pasan entonces por varias cribas a través de las cuales se filtra el aserrín y el material inservible. A continuación, se colocan las astillas en bandejas a las que se les añaden ciertos pegamentos plásticos. Al someter este material a una alta presión, los pedazos de madera forman un conglomerado, constituyendo planchas de diverso espesor, desde ¼ hasta 5/8 de pulgada. La lámina comprimida puede ser utilizada con la superficie áspera pero, en caso necesario, es posible obtener rápidamente una superficie pulimentada aplicándole una capa de material de relleno y alisando después la cara exterior con una lijadora mecánica.

Este procedimiento da por resultado una superficie perfectamente pulida. El producto acabado es, en todos sentidos, de magnífica calidad y se conserva en buenas condiciones, incluso en climas húmedos como el de las Bermudas. Además de estas láminas comprimidas pueden hacerse contrachapas muy satisfactorias encolando las hojas de madera con la lámina prensada. Con este método se obtiene una superficie que es idéntica a la de los artículos manufacturados con cedro sólido y muy atractiva. Las investigaciones mostraron, sin lugar a duda, que los desperdicios de madera de cedro podían ser transformados en un producto valioso, pero todavía quedaba por investigar el aspecto económico de dicha conversión.

Economía

La manufactura de este producto en las Bermudas significaría la instalación completa de una nueva fábrica, lo cual supondría la inversión de unas £ 70.000, como capital. Antes de decidir si conviene o no el proyecto, el Gobierno de las Bermudas desea naturalmente estar bastante seguro de que si dicho producto se manufacturase en la colonia existiría efectivamente un buen mercado para el mismo y que el precio a que podría venderse proporcionaría beneficios razonables. Otro factor que es preciso tener en cuenta es que sólo se podría disponer de 5.000 acres de árboles para el mencionado proyecto. ¿Sería esta cifra suficiente para justificar el gasto de capital requerido? El ingeniero que efectuó las investigaciones opios que éste es un producto de gran valor y que económicamente vale la pena emprender vigorosa e inmediatamente el proyecto.

Las Bermudas, con una superficie de 20 millas cuadradas, o sea alrededor de una séptima parte del área de la isla de Wight, y con una población de 37.000 habitantes, poco más o menos, no puede permitirse el lujo de especular con un proyecto a menos que se sepa, con bastante seguridad, que éste producirá utilidades sobre la inversión. Además, como se ha dicho antes, la desocupación prácticamente no existe y, por tanto es difícil conseguir obreros, particularmente para este tipo de trabajo especializado. El proyecto de repoblación forestal que está llevando a cabo el Gobierno cuesta aproximadamente £ 60.000 al año y, sobre la base del ritmo actual de los trabajos, se necesitarán por lo menos cinco años más para completar la labor. Como en las Bermudas no puede fabricarse la maquinaria ni los pegamentos plásticos requeridos para este plan, una parte considerable del costo calculado se destinaría a la importación de estos artículos. El producto acabado se vendería evidentemente en el extranjero, lo cual implicaría gastos considerables por concepto de fletes, manipulación, carga y descarga. Todo esto, unido al precio elevado de la mano de obra en las Bermudas, aumentaría lógicamente el costo de producción a un grado tal que quizás resultaría antieconómica la transformación de los desperdicios de la madera de cedro en conglomerados. Se continúan investigando las posibilidades de comercialización del producto a un precio lucrativo.


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