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¿Por qué la vigilancia de la biodiversidad no respalda las prioridades de conservación en los trópicos

D. Sheil

Douglas Sheil trabaja
como científico en el Centro
de Investigación Forestal
Internacional (CIFOR),
Bogor, Indonesia.

El problema más inmediato para la conservación de la biodiversidad no estriba tanto en unos buenos fundamentos científicos como en unas buenas prácticas y una asignación eficaz de los recursos.

Las actividades de vigilancia de la biodiversidad pueden ser más un obstáculo que un acicate para la conservación en los países tropicales. Las instituciones nacionales responsables de la conservación en los países en desarrollo tienen recursos muy limitados y ello otorga a los donantes y a otros organismos más ricos la posibilidad de ejercer una considerable influencia. Sin embargo, las personas que nominalmente tienen a su cargo la conservación ignoran muchas veces los aspectos prácticos. Por ello, muchas iniciativas desvían unos recursos escasos de las prioridades esenciales en materia de gestión.

Una buena gestión exige establecer objetivos claros y alcanzables. Desde una perspectiva local, no es difícil identificar las amenazas para la biodiversidad, que se concretan predominantemente en la desaparición de hábitats (particularmente la pérdida de la cubierta forestal natural), la invasión de las tierras, la explotación no regulada y diferentes formas de degradación del medio ambiente. En su mayor parte, los planes nacionales de conservación establecen prioridades bien definidas, como mantener la vegetación natural, impedir la dedicación de zonas protegidas a otros usos de la tierra y proteger los taxones más importantes. Todos ellos son objetivos prioritarios que deben ser promovidos a escala local y nacional.

En este artículo se examina la importancia de las distintas formas de vigilancia de la biodiversidad, se proponen prioridades concretas para su conservación y se indica en qué forma los organismos externos pueden impedir que en el manejo local se aborden estas prioridades. El artículo recoge y desarrolla una serie de opiniones publicadas recientemente (Sheil, 2001) sobre la base de las experiencias personales del autor en África y Asia sudoriental. Para afrontar este problema es esencial que exista un debate franco sobre la forma en que se pueden propiciar los objetivos de conservación.

TIPOS DE VIGILANCIA

La vigilancia y la evaluación de los proyectos son esenciales en cualquier análisis de la gestión apropiada de la conservación. Sin embargo, el término "vigilancia" tiene significados diferentes para unas y otras personas. En este sentido, son pertinentes cuatro formas de actividad:

La primera de esas actividades es esencial incluso cuando los recursos son extremadamente limitados, y se puede realizar con un costo mínimo. La segunda y la tercera son también elementos habituales de los procesos normales de gestión (Noss y Cooperider, 1994). La cuarta es objeto de una atención especial en la investigación académica; es el tipo de vigilancia que con frecuencia da lugar a la redacción de artículos científicos y en algunos casos a nuevos descubrimientos de gran interés. Todos esos tipos de vigilancia tienen su razón de ser.

Por lo general, los únicos beneficios que reporta a la conservación el cuarto tipo de actividad son indirectos, y consisten en posibilitar una actividad de vigilancia del primer tipo, es decir, asegurar visitas regulares sobre el terreno a zonas que de otra forma pueden quedar descuidadas. Ahora bien, quienes deben adoptar las medidas concretas que comportan los tres primeros tipo de actividad se ven inducidos muchas veces a realizar el cuarto tipo de actividad o son totalmente marginados.

Generalmente, para las tareas de los responsables del manejo de los recursos locales es más beneficioso desarrollar los conocimientos locales que profundizar la capacidad técnica para el seguimiento de variables predeterminadas. La presencia sobre el terreno es esencial. Los donantes y otros se centran en muchos casos en cuestiones de alcance regional y mundial y constatan que en última instancia esas cuestiones están en conflicto con las prioridades locales. El valor relativo de las diferentes actividades de vigilancia debe evaluarse en función de sus costos y de su pertinencia para conseguir los objetivos esenciales. Se ha de establecer un orden de prioridad en las actividades basándose en una evaluación realista de lo que es necesario y posible.

Desde una perspectiva local, no es difícil identificar las amenazas a la biodiversidad: fundamentalmente la pérdida de bosques y la degradación del medio ambiente (Lampung, Indonesia)

- CIFOR/M. RUIZ PÉREZ

PRIORIDADES ESTABLECIDAS EXTERNAMENTE

En el marco de la ayuda internacional y de las actividades de desarrollo se aborda cada vez con mayor frecuencia la conservación de la biodiversidad, ya sea directa o indirectamente. Expertos de muy diversa índole actúan como asesores y coordinadores y ejercen una gran influencia sobre la utilización de los fondos y sobre las actividades que se llevan a cabo. La mayoría de los proyectos impulsados por donantes exigen la aportación de personal y de recursos por parte de los organismos locales y en tales casos las intervenciones desvían un personal escaso de actividades que pueden tener una mayor prioridad inmediata.

Los problemas son más evidentes cuando se examinan los proyectos sobre el terreno. Es necesario mencionar algunos ejemplos, aunque sería injusto identificar proyectos y donantes concretos por deficiencias que son muy habituales. En el marco de varios proyectos de conservación que conoce el autor se han hecho evaluaciones detalladas de muchos parámetros biológicos y se han preparado publicaciones ecológicas admirables, y, sin embargo, el personal local que se ocupa de la vigilancia nunca ha visitado algunas partes de la "zona protegida" y no ha aprendido a utilizar un mapa y una brújula. En algunos proyectos de gran duración, el personal local responsable teóricamente de la vigilancia carecía de calzado adecuado para esa actividad. Es habitual incluso en proyectos de mayor envergadura que el personal de campo tarde varios meses en percibir su salario. En esas condiciones, tiene que ingeniárselas para conseguir alimentos e ingresos para sobrevivir, lo que puede llevarle, por ejemplo, a utilizar los vehículos del proyecto como taxis, a consumir como carne animales silvestres de las zonas protegidas, a vender falsas licencias para el aserrado a mano o a talar árboles. Este tipo de actividad se da a menudo incluso en proyectos en los que se sostiene que se ha hecho una vigilancia satisfactoria de la biodiversidad.

El éxito de los proyectos raramente se define en una forma que refleja las necesidades de conservación (Sayer, 1995; Wells et al., 1999). Ciertamente, los exámenes periódicos de la financiación, que hacen depender el apoyo financiero futuro del éxito percibido en lugar de extraer enseñanzas de las deficiencias existentes, no estimulan un debate abierto y franco.

Sin duda, una limitación fundamental para cualquier actividad de conservación es la escasez de recursos básicos ( Howard, 1991; Inamdar et al., 1999, Barrett et al., 2001), pero no puede negarse la importancia de la forma en que se asignan los recursos. Hace algunos años, el autor examinó un plan de vigilancia de la biodiversidad supuestamente integral para un parque nacional dotado de recursos forestales. La invasión, la caza, la corta ilegal de madera y los incendios eran actividades evidentes pero no se mencionaban en el informe. Los vigilantes del parque admitieron que patrullaban muy de tarde en tarde. La vigilancia propuesta se centraba en el establecimiento de un número reducido de parcelas permanentes en las que se obtendrían numerosos datos muy elaborados. Al parecer, el bosque puede seguir desapareciendo fuera de esas parcelas.

Trabajo botánico exhaustivo en Kalimantan. En el marco de muchos proyectos se desvía a personal local de actividades que pueden tener una mayor prioridad inmediata

- D. SHEIL

NECESIDAD DE UN DEBATE FRANCO

Una vez identificado el problema, el siguiente paso es determinar los factores que han conducido a la situación actual y buscar las soluciones oportunas. Cabe señalar algunos factores pertinentes.

Los donantes y los organismos tienen sus propias necesidades y prioridades y deben establecer los objetivos de los proyectos e indicadores para medir los resultados conseguidos. En muchos casos, estas necesidades son esenciales en cualquier actividad en la que la financiación depende del éxito alcanzado. Tanto los financiadores como quienes ejecutan los proyectos han de poder justificar su éxito para poder sobrevivir. La necesidad de conseguir buenos resultados impulsa un modo competitivo de realizar las actividades del proyecto que pueden tener consecuencias de gran alcance. Al analizar la ayuda destinada a actividades forestales, Bruenig (2000) afirma que los investigadores de los proyectos de ayuda temen la competencia, desconfían de la franqueza, la trasparencia y la facilidad de acceso a los datos y protegen en exceso sus derechos de propiedad intelectual.

Aunque la lista de los problemas de los donantes puede llenar muchas páginas, algunos ejemplos son suficientes para poner de relieve las dificultades. Brown et al. (1999) señalan que los países donantes favorecen las actividades bilaterales porque tienen sus propias prioridades que pueden quedar diluidas en los procesos multilaterales. Persson (2000) subraya que las críticas a la ayuda se han sustentado en el argumento de que los problemas señalados se resolvieron tiempo atrás y que es necesario concentrarse en el futuro. Cabe dudar que esto sea cierto. Los receptores de la ayuda tienen que aceptar, por ejemplo, todas las obsesiones y las peculiaridades burocráticas de donantes diferentes. Ciertamente, los donantes son distintos (unos buenos y otros malos) pero no existe ningún donante cuya asistencia no pueda mejorarse notablemente. A los donantes les preocupa la imagen que pueden proyectar sus actividades, y a veces permiten que la propaganda predomine sobre la transparencia (Kaimowitz, 2000). Por otra parte, en ocasiones no quieren financiar los costosos normales de funcionamiento, como el sueldo de los guardas forestales, porque por lo general no hay muchas esperanzas de poder sostener esas actividades (Kaimowitz, 2000). Pero culpar a los donantes no resuelve nada, pues un conjunto mayor de problemas se concitan para dar al traste con las prioridades y frustrar los elementos constructivos.

Existe una cierta confusión sobre la forma en que debe definirse la biodiversidad y sobre las razones por las que es necesario vigilarla (Redford y Richter, 1999). Por ejemplo, los signatarios del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) convienen en evaluar y vigilar la diversidad biológica, pero en el texto del Convenio no se indica en qué consiste esa tarea. Al no ser especialistas, los organismos de ayuda buscan la orientación de los expertos, y éstos, como no existen unas normas, pueden propiciar lo que ellos quieren. Muchos (entre los que se incluye el autor) dirían que un programa sobre la biodiversidad equivale a un programa sobre la conservación, por ejemplo, que los planes de acción nacionales sobre la biodiversidad establecen prioridades nacionales en materia de conservación. No obstante, el concepto de biodiversidad tiene un significado tan amplio que no es difícil encajar otras opiniones en este término de moda (Redford y Richter, 1999). La vigilancia e investigación de la biodiversidad por especialistas en conservación deben potenciar los objetivos de conservación.

Sólo la información que es útil resulta valiosa. La recogida de datos sobre la biodiversidad, una actividad muy extendida, no suele ser de utilidad para las necesidades de conservación. ¿Por qué emplear unos recursos locales limitados para hacer acopio de una información que no es útil para las tareas de gestión? ¿Qué sentido tiene hacer un recuento de las especies (una actividad habitual en el concepto moderno de la vigilancia de la biodiversidad)? La degradación del medio ambiente en los bosques primarios puede provocar aumentos o disminuciones del número de especies y la riqueza de especies por sí misma no tiene una relación nítida ni con la viabilidad ecológica ni con la salud del sistema (Sheil y van Heist, 2000; Sheil, Sayer y O'Brien, 1999). ¿Cómo se traduce el recuento de especies en una medida de gestión? Es demasiado simplista suponer que disponer de más datos supone conocer mejor y, por consiguiente, gestionar mejor. La recogida de datos técnicos difícilmente será rentable cuando los recursos financieros y humanos son escasos.

Medir no es lo mismo que proteger. A los responsables de la gestión les preocupan fundamentalmente los factores de control y a los científicos las variables de respuesta. En la actualidad, la actitud de los científicos consiste más en vigilar los problemas que en intentar solucionarlos. Así ocurre, por ejemplo, con la deforestación, cuya tasa se estima cada vez con mayor precisión, sin que se determinen los medios para frenar la pérdida de bosque. Esos datos pueden ser de utilidad pero los responsables de la gestión de los recursos que cumplen bien con su labor saben que hacer un inventario no es la prioridad, que es mucho más importante determinar los peligros sin tardanza y hacer lo necesario para que se puedan adoptar las medidas adecuadas de gestión (Ludwig, Mangel y Haddad, 2001).

Algunos aspectos de la conservación tropical se completan con mayor rapidez, se documentan con menos dificultad y se aceptan con mayor facilidad que otros. Algunas actividades necesarias pueden resultar especialmente inaceptables. Pero todo sistema de gestión, por muy democrático y participativo que sea, exige algún tipo de coerción que permita reprimir una conducta inadecuada. Cada vez hay más datos que sustentan la idea de que la conservación exige un cierto grado de reglamentación (Wells et al., 1999; Bruner et al., 2001). Es cierto que las actividades de reglamentación conllevan aspectos éticos de gran complejidad y plantean cuestiones relacionadas con la actitud moral, la legitimidad y el ejercicio de la autoridad (Brechin et al., 2002), pero es imprescindible adoptar decisiones difíciles. Es preciso encontrar un equilibrio entre derechos y responsabilidades. Incluso los mejores sistemas tradicionales de manejo de los recursos de propiedad común requieren normas e instituciones capaces de aplicarlos e imponerlos (Ostrom et al., 1999; Jensen, 2000). Sin embargo, los donantes evitan todo aquello que puede ser considerado represivo (Byron, 1997) y en cambio propician la recogida de datos técnicos porque es una actividad de bajo riesgo, políticamente correcta y científicamente aceptada.

CONCLUSIONES Y RECOMENDACIONES

Pese a las amenazas que se ciernen sobre los bosques tropicales, la capacidad de conservación es limitada y para conseguir resultados positivos es necesario asignar los recursos de manera eficaz. Las actividades de investigación y vigilancia deben llevarse a cabo teniendo en cuenta las prioridades en el manejo local, especialmente cuando se utilizan recursos locales. Los agentes externos deben familiarizarse con los sistemas locales de gestión antes de asesorar sobre las necesidades locales de conservación. El objetivo de la gestión de las zonas protegidas no es confeccionar estadísticas sino proteger los valores que contiene.

Este análisis puede aplicarse también cuando se considera la importancia que ahora se atribuye a los criterios e indicadores (simples procedimientos de vigilancia) de la biodiversidad y de la ordenación forestal sostenible (Kremen, 1992; Noss, 1999). Se ha de actuar con prudencia cuando se promueven actividades de investigación o vigilancia que pueden hacer olvidar la tarea cotidiana de conservación. A los responsables de las tareas de gestión sólo debe pedírseles que hagan acopio de los datos que puedan ayudarles a mejorar su labor.

Es cierto que las labores de vigilancia e investigación pueden ser de utilidad, pero no deben hacerse a costa de dejar de afrontar las graves amenazas que se ciernen sobre muchas de las zonas de conservación. La investigación académica y la vigilancia de alto nivel son esenciales, pues es necesario disponer de información sobre la situación ecológica del planeta (Phillips y Sheil, 1997) y sobre el comportamiento de los sistemas biológicos, pero se ha de actuar con gran cuidado al asignar las responsabilidades para conseguir esa información. No debe permitirse que las necesidades burocráticas respecto de la responsabilización de los proyectos sean una excusa que justifique su total intrascendencia. Las intervenciones deben potenciar, no socavar, la consecución de objetivos de conservación. Es necesario hacer una evaluación caso por caso y en muchas partes del mundo se necesitan más recursos para las actividades de conservación. Pero a corto plazo se pueden obtener mejores resultados con una asignación cuidadosa de los recursos disponibles si las circunstancias lo permiten (Sheil, 2001).

Medir no es lo mismo que proteger; el valor relativo de las actividades de vigilancia debe evaluarse en función de su costo y de su importancia para conseguir objetivos de conservación

- FAO/15925/N. TASHI

Bibliografía


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