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4.1 El contexto


Los precios de los alimentos han sido una fuente de preocupación para los responsables de la política en todo el mundo y en todas las épocas. Esos precios afectan el bienestar de los productores, consumidores, intermediarios, agroindustrias, exportadores e importadores y, a través de efectos indirectos o multiplicadores, también inciden en los ingresos y el empleo en muchos otros sectores. Hace más de dos mil años los gobiernos de China empezaron a comprar granos a los productores a precios preestablecidos, y los emperadores romanos siempre mostraron interés por mantener los silos de Roma llenos de trigo.

En los países más pobres, los gastos en alimentación constituyen la mitad o más del presupuesto de los hogares de una gran parte de la población; por ello, los precios de los alimentos adquieren una importancia política y social que es difícil de apreciar desde la perspectiva de los países ricos. Los incrementos en los precios del pan, el maíz, el arroz o la carne han causado disturbios callejeros en Egipto, Túnez, Jordania, Nigeria, Zambia, Polonia, República Dominicana, Venezuela, Indonesia y otros países durante la última década.

El precio del pan jugó su parte en la Revolución Francesa:

La hogaza [de pan] de cuatro libras, que era el alimento básico de tres cuartas partes de los franceses y en el cual, en tiempos normales, gastaban la mitad de sus ingresos, subió de precio desde ocho sous en el verano de 1787 a doce en octubre de 1788 y a quince en la primera semana de febrero... La duplicación de los precios del pan... presagió la destitución... Fue la unión del hambre con la ira que hizo posible la Revolución[80].

Todos los gobiernos del mundo han actuado para influir sobre los precios, de una manera u otra. En la economía de mercado de los Estados Unidos el precio de la leche se determina por decisiones tomadas en Washington tanto como por decisiones de los productores de lácteos. El precio del azúcar está muy por encima de lo que establecería el libre mercado. La Comunidad Europea ha manipulado tanto los precios de los alimentos que a veces se ha visto en dificultades con montañas de excedentes de granos y productos lácteos, lo mismo que con el vino sobrante. Los consumidores japoneses gastan en arroz varias veces más de lo que pagarían si su gobierno permitiera importarlo sin restricciones.

Tal como sugieren estos ejemplos casuales, existe una ironía básica en los patrones mundiales de intervención de los gobiernos en los mercados de los alimentos: los países más ricos, cuyos agricultores constituyen una porción muy pequeña de su población, tienden a subsidiar a los productores y penalizar a los consumidores a través de precios artificialmente altos; y los países más pobres, en los cuales una proporción mucho más alta de la población se gana la vida en la agricultura, a menudo tratan de mantener los precios de los alimentos por debajo de sus equivalentes internacionales, empobreciendo aún más a sus agricultores para otorgar ventajas a los consumidores urbanos. Tal como aseveran Jo Swinnen y Frans van der Zee: “Existe una tendencia general a discriminar contra la agricultura en los países más pobres y a subsidiar a los agricultores en los países más ricos”[81].

En los sistemas económicos contemporáneos disminuyen las intervenciones públicas directas sobre los precios de los alimentos y en otros aspectos de la economía. No obstante, las preocupaciones políticas y económicas acerca de los precios de los alimentos y otros productos e insumos agrícolas no han disminuido, y se utilizan enfoques más indirectos para enfrentarlas.


[80] Simon Shama, “Citizens: A Chronicle of the French Revolution”, Knopf, New York, 1989, págs 306-308.
[81] Jo Swinnen y Frans A. van der Zee, “The Political Economy of Agricultural Policies: A Survey”, European Review of Agricultural Economics, vol. 20, No. 3, 1993, págs 261-262.

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