Anjamma Nadimidoddi

“El mijo es el cultivo tradicional de la región. Fue el sustento de nuestros antepasados durante generaciones”.
04/06/2023

India

Sentada en la veranda de su casa, Anjamma Nadimidoddi muestra orgullosa su colección de semillas de 80 cultivos de secano, en su mayoría mijo, legumbres y semillas oleaginosas. Nunca fue a la escuela ni leyó sobre ellos en ningún lugar. Sin embargo, sabe todo lo que hay que saber acerca de estas semillas, sus ventanas de siembra, sus condiciones del suelo preferenciales, sus plagas y enfermedades. Recibió gran parte de esos conocimientos de su abuela cuando era niña y adquirió el resto durante décadas de trabajo con la tierra. 

Anjamma es una mujer dalit de Gangwar, una aldea remota del estado de Telangana, en la meseta semiárida del Decán del sur de la India. Al ser desfavorecida por clase, casta y género, Anjamma se encontraba en el último peldaño de la jerarquía social en su pueblo. En su infancia vivió en situación de indigencia, trabajaba en la agricultura por un sueldo insignificante y ayudaba a su familia a asegurarse dos comidas al día. Y al ser dalit, era objeto de humillantes prácticas de intocabilidad. 

Las cosas cambiaron a finales de la década de 1980, cuando una organización no gubernamental local alentó a las mujeres de los pueblos de su estado a formar colectivos de agricultoras, o sanghams. La Sociedad de Desarrollo del Decán trabajó para aunar a las personas más marginadas y aprovechar sus conocimientos indígenas sobre semillas, cultivos y diversidad alimentaria a fin de luchar contra el hambre, la pobreza y la privación social. Dado que entre esos cultivos se incluía el mijo, Anjamma y su conocimiento de las semillas resultaron esenciales a la hora de formular las iniciativas de la organización. 

“El mijo es el cultivo tradicional de la región”, afirma Anjamma. “Fue el sustento de nuestros antepasados durante generaciones”. 

Esto fue antes de que en la región se instaurara el monocultivo comercial en las décadas de 1970 y 1980, con cultivos que eran “inadecuados a nivel local”, señala. 

“Arrasó nuestros cultivos de secano locales como el mijo, que en algún momento eran nuestro alimento básico y los más aptos para estos suelos”. 

Pero a medida que surgieron cada vez más colectivos agrícolas en el distrito de Anjamma en la década de 1980, también se expandió la producción de mijo. En la actualidad, las parcelas de tierras de la población dalit situadas en las afueras de las aldeas —que durante mucho tiempo se consideraron terrenos baldíos poco aptos para la agricultura— poseen una gran diversidad de mijo nutritivo que no solo alimenta a las familias, sino que también genera buenos ingresos. 

Durante este proceso, la recuperación del cultivo ha sido una materialización de cambios socioeconómicos, ecológicos y culturales más amplios que se produjeron en la región. 

Por un lado, la degradación de la tierra se ha detenido con el regreso de los colectivos al uso de abonos orgánicos, la agroforestería y los sistemas tradicionales de cultivo mixto. 

Por otro lado, los hogares agrícolas han logrado plenamente la seguridad alimentaria, gracias a una mayor diversidad de cultivos nutritivos. Esto, a su vez, ha incrementado el poder que tienen las mujeres en sus hogares, ya que sus conocimientos, mano de obra e ingresos ocupan un lugar destacado. 

En la comunidad ha tenido lugar un cambio similar: gracias a su producción de mijo, las mujeres dalit ya no tienen que trabajar los campos de los propietarios por sumas ridículas, sino que se han convertido en una comunidad autosuficiente. Como consecuencia, han pasado a ser las ancianas importantes de las aldeas, respetadas por sus conocimientos y logros. 

Durante esa transición, el propio mijo ha dejado atrás su reputación de “comida de pobre” y ahora goza de un nuevo prestigio como el cultivo nutritivo “que pide poco y ofrece mucho”. 

En 2019, Anjamma obtuvo un reconocimiento del Gobierno nacional por conservar sus más de 80 variedades locales de semillas y actualmente es miembro elegido de su Gobierno local. 

“Vivíamos en los márgenes, en extrema pobreza”, recuerda. “Recuperamos el mijo en las tierras degradadas, y nos dio alimento, nutrición y sustento. Ahora somos orgullosas conservadoras de la biodiversidad”. 

 

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