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3. La situación mundial en lo que respecta a las enfermedades forestales


¿Por qué medir las consecuencias de las enfermedades forestales?
Tipos de efectos de las enfermedades
Comparación de los montes naturales con los artificiales
Relaciones geográficas
La atención se centra en las consecuencias de las enfermedades
Se necesitan más patólogos


Los informes presentados en el Simposio, así como las deliberaciones subsiguientes, demostraron claramente que las enfermedades de los árboles son consideradas justamente problemas universales que tienen una grave influencia sobre la productividad de los montes. Se presentaron informes de América del Norte (3 países), América Latina (9), Europa (16), Cercano Oriente (16), Lejano Oriente (8), Africa (24) y Australasia (3). La U.R.S.S. es la más importante de las principales regiones productoras de madera del globo de la que no se presentó informe alguno. Para esta extensa área, sólo puede presumirse que la situación en cuanto a las enfermedades, al menos en la parte meridional, no difiere mucho de la que reina en las mismas y en las muy afines especies arbóreas forestales existentes en las vecinas Checoslovaquia, Polonia y Yugoslavia.

Aunque existe universal acuerdo acerca de que las enfermedades de los árboles forestales tienen consecuencias importantes sobre la productividad de los montes y, por consiguiente, también sobre la ordenación forestal en general, es enorme el desacuerdo en lo que respecta a la importancia real de estas consecuencias. Es grande la variación de los resultados a que se ha llegado al medir cuantitativamente estas consecuencias, así como la eficacia de los esfuerzos realizados. Considérese, por ejemplo, el hongo Fomes annosus que se halla en todas partes. En la India se considera que este hongo, causante de la podredumbre de la raíz, es moderadamente dañoso para Cedrus deodara; en Bélgica se estima que 100.000 Ha. de monte, o sea, el 17 por ciento de la superficie forestal total, corren peligro por este hongo; en Noruega, las pérdidas anuales ocasionadas en las piceae por este hongo se valúan en 200.000 m³ de madera, valorada en 10 millones de coronas (1,4 millones de dólares) y, en los Estados Unidos, se calcula, más bien por lo bajo, que la enfermedad que este hongo ocasiona supone la pérdida de 250.000 m³ de madera anualmente. Quizá se podría deducir de lo dicho que las consecuencias son más graves en Noruega que en Bélgica o en la India, pero sería casi imposible juzgar la magnitud de la diferencia. Todo intento de comparar críticamente la gravedad de esta enfermedad entre los Estados Unidos y Noruega sería evidentemente del todo inútil. Toda evaluación real se ve complicada por el hecho de que Fomes annosus produce a voces una mortalidad completa, otras veces retarda el crecimiento de los árboles y en otras ocasiones actúa de agente de pudrición del duramen del raigal que causa la pérdida real del volumen comercial de madera o su degradación.

¿Por qué medir las consecuencias de las enfermedades forestales?

El ejemplo anterior no es sino uno de los muchos que podrían ponerse a propósito de la complejidad que lleva consigo la evaluación de las consecuencias de las enfermedades de los árboles forestales. A pesar de ello, las evaluaciones son necesarias, no sólo para satisfacer la curiosidad de los especialistas en patología de los montes, sino porque, como se explica en la comunicación relativa a América del Norte:

1. Permiten hacer inventarios netos más exactos de la riqueza maderera y de todo lo que ésta supone para la ordenación forestal.

2. Muestran la verdadera gravedad de las enfermedades de los árboles forestales y, por consiguiente, también los lugares donde es más necesaria la prevención de estas enfermedades o la lucha contra las mismas.

3. Señalan los puntos en que es necesaria una mayor investigación para elaborar medidas fundamentales preventivas o de lucha.

FIGURA 8. - Sudeste de los Estados Unidos. El árbol de la izquierda es un pino de Carolina sano y a la derecha se ve otro gravemente enfermo de «littleleaf». Este árbol sano, así como el que crece detrás, son los únicos sobrevivientes de un rodal destruido por la enfermedad. Se están efectuando trabajos de mejoramiento para obtener, a partir de árboles sanos como el que vemos a la izquierda de la fotografía, variedades resistentes a esta enfermedad y al hongo Phytophthora cinnamomi. Esta enfermedad constituye un factor que limita la producción de esta especie y en menor grado también la del pino tea en el sudeste y sur de los Estados Unidos. (Foto: Servicio Forestal de los E. U. A)

La importancia de estas evaluaciones fue destacada por J. C. Westoby, Director Adjunto de la Dirección de Montes de la FAO, quien, en su intervención al comienzo del Simposio, subrayó la necesidad de evaluar cuantitativamente las pérdidas o las influencias negativas debidas a las enfermedades de los árboles forestales. Además, la segunda de las recomendaciones generales redactadas a la conclusión del Simposio dice que debiera hacerse una evaluación cuantitativa más general y mejor de las pérdidas directas e indirectas causadas por las enfermedades [y los insectos] forestales, como base para determinar la orientación correcta de los programas de investigación y de los gastos pertinentes para la investigación, reconocimientos relativos a las plagas forestales y la lucha contra las mismas.

FIGURA 9. - La marca con hacha de la corteza del tun (Cedrela toona) para numerar los árboles de las avenidas es cosa corriente en la India, exponiéndoles con ello a la infección de pudriciones del duramen. Los esporóforos de Fomes senex se desarrollan a través de las marcas. (Foto: Instituto de Investigaciones Forestales, Dehra Dan)

Sólo los Estados Unidos y Canadá han intentado conjuntamente evaluar de manera completa las pérdidas ocasionadas en sus montes por las enfermedades de los árboles. Algunos países europeos han tratado de medir cuantitativamente las pérdidas debidas a determinadas enfermedades, como se ha dicho anteriormente a propósito de los daños causados por Fomes annosus en las piceae en Noruega. No obstante, incluso en los Estados Unidos, donde las estimaciones han sido más completas y amplias, la cifra de 140 millones de m³ de pérdida total anual es de exactitud discutible. La cifra de 30 millones de m³ para las pérdidas anuales en Canadá es evidentemente más moderada, porque sólo se tuvieron en cuenta la mortalidad completa y las pérdidas por podredumbre del duramen. En resumen, aun las mejores estimaciones de las consecuencias de las enfermedades forestales dejan bastante que desear en cuanto a exactitud. La mayoría de los países no tienen sino una ligera idea de que las enfermedades causan daños evidentes en sus montes.

Como no podía por menos de ocurrir, la preocupación acerca de las consecuencias de las enfermedades forestales parece que únicamente surge cuando la silvicultura alcanza un cierto grado de intensidad. En pocas palabras, sólo cuando el hombre comienza a intervenir en el desarrollo de los montes y no se dedica simplemente a recoger los dones de la naturaleza es cuando se preocupa seriamente de las influencias negativas. Por esta razón, y aunque los datos recogidos son todavía incompletos y de precisión discutible, los países europeos comenzaron hace tiempo a preocuparse de las pérdidas debidas a las enfermedades. En el caso de otros países, donde la silvicultura todavía no se practica intensivamente, únicamente puede decirse que «no se ha observado o referido ninguna enfermedad de importancia». Incluso en los Estados Unidos, una evaluación de las consecuencias de las enfermedades no parecía demasiado importante hasta que se vio la conveniencia de determinar el modo en que las masas antiguas satisfarían las necesidades de madera si se convirtiesen completamente en montes ordenados. A medida que aumenta la silvicultura de plantación, aumentará la conciencia de los efectos perjudiciales de las enfermedades.

Al igual que el incremento de la silvicultura de plantación origina una mayor preocupación por las enfermedades de los árboles, parece que la abundancia de montes vírgenes o masas antiguas engendra una actitud de apatía hacia las pérdidas ocasionadas por las enfermedades. Es muy posible que exista la creencia, como tan acertadamente ha expresado I.A.S. Gibson al resumir la situación existente en Africa, de que, como la naturaleza proporciona los árboles y las enfermedades, no hay que preocuparse del costo de estas últimas. Sin embargo, la medición de estas pérdidas en las antiguas masas de los Estados Unidos y Canadá ha demostrado que esta actitud es muy peligrosa. En realidad, se ha determinado que el mayor factor causante de pérdidas es la presencia de una excesiva podredumbre del duramen en estas antiguas masas. Imagínese la situación peligrosa en que se encontraría prontamente la silvicultura de América del Norte si estas pérdidas se despreciasen al planear la transformación metódica de las masas naturales en montes ordenados.

Tipos de efectos de las enfermedades

Los efectos adversos de las enfermedades de los árboles forestales pueden ser de percepción clara o difícil. Por desgracia, los efectos claramente perceptibles, por ejemplo la muerte, no son forzosamente los más importantes. En su trabajo relativo a América del Norte, Davidson y Buchanan mencionaban ocho modos en que pudieron percibir las enfermedades que influyen adversamente en un árbol o en un bosque, y que a continuación se exponen sin que su orden tenga relación alguna con su importancia relativa:

1. Mortalidad - árboles muertos por cualquier enfermedad.

2. Destrucción de la madera ya formada - que significa fundamentalmente las pérdidas por podredumbre del duramen que destruyen o desintegran la madera. La pudrición de los árboles vivos es, pues, un tipo de pérdida distinto de todos los demás.

3. Reducción del porcentaje de crecimiento - menor crecimiento en altura y/o diámetro que se suma a la pérdida de volumen.

4. Regeneración demorada - años perdidos en conseguir la iniciación de una nueva cosecha.

5. Deficiencias en la densidad de masa - muy pocos troncos, espaciado desigual o claros en la masa. Estación no ocupada completamente y, por lo tanto, aprovechamiento incompleto de las posibilidades de producción.

6. Degeneración de la composición en especies - enfermedad de las especies preferidas que permite que otras especies espontáneas inferiores o malas hierbas ocupen el terreno.

7. Deterioración de la estación - erosión del suelo, apelmazamiento, lixiviación, etc.

8. Empeoramiento de la calidad de la madera - pudrición incipiente, manchas, fendas, número excesivo de nudos, bolsas de resina y otras formas de reacción a la enfermedad. Volumen de producción inalterado, pero pérdida de valor de los productos.

La mayoría de estos ocho tipos de efectos no son difíciles de percibir mentalmente. Sin embargo, excepción hecha de la mortalidad, no son fácilmente observables a simple vista en el terreno y son extremadamente difíciles de medir o de evaluar cuantitativamente. También es evidente que toda enfermedad puede producir más de un tipo de pérdida. La reducción en el porcentaje del crecimiento, seguida por último de la muerte, es un fenómeno especialmente frecuente. Cuando se produce más de un tipo de efecto, bien simultáneamente o sucesivamente, estos efectos se suman uno a otro.

Aunque esta lista pueda parecer completa, los debates del Simposio revelaron otro tipo más del efecto de las enfermedades que está adquiriendo importancia creciente en proporción con el incremento de la silvicultura de plantación. Este efecto, extremamente difícil de evaluar y aún más de medir, podría denominarse acertadamente «sustitución forzosa de especies» y se relaciona con la degeneración de la composición de especies antes mencionada, pero no es igual a ella. En dicho efecto se incluyen los innumerables casos en que la presencia de enfermedades hace imposible el cultivo de la especie preferida. La estación, los mercados y todas las demás circunstancias pueden ser ideales para la explotación de una especie muy estimada (quizá después de su introducción como exótica), pero los efectos de las enfermedades obligan a sustituir esta especie por otra peor que, con harta frecuencia, es además mediocre. Los millares de hectáreas que en Europa y en otros continentes no se han plantado de Pinus strobus debido a la presencia de Cronartium ribicola constituyen el mejor ejemplo de este tipo de efecto de las enfermedades. ¿Cómo se debe o cómo se puede medir este efecto?

FIGURA 10. - La poda del pino llorón del Himalaya (Pinus wallichiana), con objeto de que pase la luz del sol para los cultivos agrícolas, es práctica curtiente. Fomes pini se establece y pudre el duramen penetrando a través de las heridas de poda. (Foto: Instituto de Investigaciones Forestales, Dehra Dan)

Otros ejemplos de este tipo de efecto de las enfermedades estudiados en el Simposio y que justifican su inclusión en toda lista de esta índole son el abandono forzoso de Pinus nigra como especie de plantación en Dinamarca, a causa de Soleroderris lagerbergii; el abandono forzoso de Cupressus macrocarpa como especie de plantación, debido al cancro ocasionado por Monochaetia en muchas partes de Africa oriental; la sustitución forzosa, en partes de Africa oriental, de Pinus patata que es más resistente y de crecimiento más lento, con Pinus radiata, a causa del daño ocasionado en el follaje por Dothistroma pini; y la imposibilidad de cultivar Pinus radiata en determinados lugares de Sudáfrica a consecuencia de los estragos causados por Diplodia pinea.

FIGURA 11.- Vemos aquí un abedul americano (Betula lenta) atacado de chancro Nectria. Este es el cáncer más corriente de las especies frondosas y una de las enfermedades más graves de los bosques de frondosas norteamericanos. Aunque la enfermedad no mata más que a unos pocos árboles, tiene graves consecuencias para la cantidad y calidad de la madera producida. Son varias las especies de Nectria que causan estas pérdidas. (Foto: Servicio Forestal de los E.U.A.)

En contraste con esta situación, existen muchísimos ejemplos de fracasos imputables directamente a la introducción de una especie exótica plantada en una estación totalmente inadecuada. En estos casos la humedad, temperatura, fertilidad o pH del suelo, o cualquier otro factor edáfico o ambiental, inadecuados, y no las enfermedades, condenaron la experiencia al fracaso.

Comparación de los montes naturales con los artificiales

Recurriendo a las generalizaciones, podría decirse que los bosques vírgenes o las masas antiguas están sujetos a un grupo de enfermedades y que los montes ordenados, y más especialmente las masas artificiales, sufren otras enfermedades algo diferentes. El que una plantación se componga de una especie indígena o exótica parece que, principalmente, influye en la posible intensidad de los efectos de la enfermedad más que en el tipo de ésta. Esto no es muy sorprendente, pues el mero establecimiento de una plantación hace incluso de la especie indígena mas coman una especie exótica, ya que crece en un medio que no es el suyo natural.

En las masas naturales o antiguas, las pérdidas mayores son las que ocasionan las enfermedades que no influyen considerablemente en la supervivencia de los árboles. La podredumbre del duramen, las decoloraciones y otras enfermedades que afectan al duramen fisiológicamente inactivo, adquieren importancia creciente, según se ha visto claramente por las estimaciones de las pérdidas relativas a Canadá y los Estados Unidos. Esto no es extraño si la situación se analiza detenidamente, puesto que los bosques vírgenes se componen sólo de árboles que han resistido las enfermedades mortales de la edad juvenil y alcanzado una edad suficiente para formar un duramen susceptible a la pudrición.

Con la ordenación de los montes, y especialmente con el establecimiento de plantaciones, las enfermedades mortales adquieren una función de importancia capital. Estas enfermedades puede que hayan causado iguales pérdidas hace muchos años en las selvas vírgenes, pero o bien no se observaron o no se evaluaron. Al parecer, las enfermedades del sistema radical tienden a adquirir una cierta importancia localizada. Generalmente, son ocasionadas por organismos patógenos que ya se sabe existen en la región de que se trate, y que generalmente se caracterizan por poseer una distribución universal o al menos continental y toda una serie de hospedantes susceptibles. La introducción de especies exóticas para establecer una plantación forestal va seguida frecuentemente de enfermedades que atacan los tejidos vivos del hospedante exclusivamente, esto es, enfermedades mortales, y éstas, por el contrario, son causadas característicamente por organismos patógenos de distribución geográfica limitada y que tienen un número reducido de hospedantes. En estas condiciones, la enfermedad introducida alcanza el máximo desarrollo. Muchas plantaciones o no llevan mucho tiempo establecidas o se ordenan en un turno tan corto que las pérdidas debidas a la podredumbre del duramen no llegan a convertirse, ni pueden generalmente convertirse, en factores perjudiciales graves.

Relaciones geográficas

El hacer, o incluso intentar hacer, comparaciones entre la situación sanitaria en los montes de dos continentes o de otras masas de tierra extensas no parece realista ni siquiera útil. Por ejemplo, la región que se denomina Lejano Oriente puede que tenga cierta uniformidad política, social y aun económica, pero el clima es extremadamente diverso dentro de esta región, ya que va desde el subfrígido hasta el tropical. Por consiguiente, existe toda una serie correspondiente de diversos habitáculos ecológicos, tipos de monte, y, lo más importante, de organismos patógenos para los montes y de sus consecuencias. La diversidad ecológica y patológica dentro de esta región puede que sea tan grande como la que existe entre regiones y aun continentes distintos.

América del Norte presenta una variabilidad igualmente amplia en latitud, altitud y clima, con la correspondiente variabilidad en tipos de monte y organismos patógenos para éstos, siendo aquí también las diferencias dentro del continente tan grandes como las que se pueden hallar entre continentes distintos. Seguramente, América Latina es una unidad sólo en virtud de hablarse un lenguaje generalmente común, puesto que los tipos de vegetación de esta enorme masa de tierra varían desde las llanuras sin árboles hasta las espesas junglas tropicales. Los problemas sanitarios peculiares de las masas artificiales de coníferas de Sudáfrica son muy diferentes de los propios de los montes higrofíticos tropicales de Liberia. Unicamente Australia y Nueva Zelandia, que han evolucionado relativamente aisladas, tienden a poseer una flora característica, lo que quizá influya también en el cuadro patológico de estas islas. Ciertamente, las introducciones accidentales de organismos patógenos para los montes debieran ser más fáciles de combatir. En este caso, además, el equilibrio que existe entre los hospedantes y los organismos patógenos indígenas, conseguido después de siglos de selección natural y de aislamiento de influencias extrañas, no ha sido alterado por el hombre sino en tiempos relativamente recientes, mediante el aprovechamiento, la modificación del medio ambiente y la introducción de especies exóticas.

En lo que concierne a la silvicultura y las enfermedades de los árboles forestales, Europa, como entidad geográfica, quizá sea una unidad más útil que cualquiera otra región de las que se consideran a los fines de información en el Simposio. La variabilidad climática es algo menos extrema, las especies arbóreas naturales no son tan abundantes y, lo que es más importante, la silvicultura se practica en esta parte del mundo desde hace largo tiempo, lo que hace que las enfermedades de los árboles y las consecuencias de las mismas se lleven estudiando en este continente más que en cualquiera otro. Sin embargo, incluso en la relativamente compacta y homogénea Europa, los montes se dividen en unidades pequeñas, que se ordenan de modo distinto según la especie arbórea, la estación y el propietario. Además, se puede decir también que aun estas unidades pequeñas difieren todavía por lo que respecta a los problemas de patología que las afectan.

Resulta evidente que, entre los problemas de esta índole existentes en las distintas partes del mundo, sólo se pueden hacer comparaciones de carácter general y de ellos únicamente pueden sacarse enseñanzas también de carácter general. Esto significa que las generalizaciones que se basan en una situación propia de una región determinada no son válidas para otra región diferente. Muchas de las enfermedades graves de los árboles de los montes las causan hongos que, como plantas vivas que son, reaccionan ante la temperatura, la humedad, la fuente de alimento (suscepto) y otros factores ambientales, lo mismo que las plantas hospedantes. Por ello, puede esperarse que en Sudáfrica, por ejemplo, existan habitáculos ecológicos casi idénticos en su adecuación para el desarrollo de un organismo patógeno determinado a los de otros habitáculos ecológicos, de América del Norte, por ejemplo. Dentro de estas áreas de semejanza identificables, pero restringidas, es donde la experiencia adquirida acerca de las enfermedades de los árboles forestales de una unidad geográfica determinada puede aplicarse con el mayor provecho a otra unidad geográfica.

La atención se centra en las consecuencias de las enfermedades

No es especialmente importante saber si las enfermedades de los árboles forestales causan o no más daños en el Lejano Oriente que en Africa, o en América del Norte que en Europa. En cambio, importa saber que dichas enfermedades ocasionan pérdidas en los bosques de todo el mundo y que las reducciones en la magnitud de estos daños, mediante la lucha contra las enfermedades, pueden muy bien ser uno de los medios más fácilmente asequibles para incrementar la productividad forestal.

El Simposio FAO/IUFRO ha llamado ciertamente la atención mundial sobre las enfermedades de los árboles forestales y las consecuencias que éstas tienen para los montes. Las comunicaciones leídas en este Simposio y los debates celebrados en él revelaron la amplitud y la diversidad (y las semejanzas) de las enfermedades de los árboles forestales de todo el mundo e hicieron preguntarse cuál será la gravedad real de estas enfermedades cuando se sepa toda la verdad acerca de ellas. Muchas naciones harán indudablemente un esfuerzo más concertado para hallar, y después adoptar, medidas más enérgicas y eficaces para remediar tales enfermedades.

Se necesitan más patólogos

Volviendo nuevamente a la cuestión ya tratada de la necesidad de medir las consecuencias de las enfermedades de los árboles forestales, es decir:

a) que las evaluaciones permiten hacer inventarios forestales netos más exactos;
b) que orientan acerca de los programas de lucha contra las enfermedades forestales;
c) que señalan dónde hay que intensificar la investigación de las enfermedades forestales,

resulta evidente que alguien tiene que determinar las referidas consecuencias para una región, un país o una unidad de explotación dados antes de que los beneficios puedan percibirse. Probablemente, la persona más apropiada para evaluar las consecuencias de las enfermedades forestales sea el especialista en patología forestal, siempre que éste cuente con la necesaria cooperación de especialistas en ordenación y economía forestales. El mismo patólogo forestal puede que efectúe también investigaciones para hallar el modo de combatir estas enfermedades, prescindiendo del hecho de que no contará con el debido apoyo financiero. Una razón importante de esta falta de apoyo es que estas pérdidas no las comprenden los administradores forestales, lo que significa que es posible que no se disponga de medios económicos para la investigación patológica.

Suele decirse ahora que ningún país del mundo cuenta con bastantes patólogos forestales debidamente capacitados. En verdad, en muchos países no hay patólogos forestales y el único conocimiento de las consecuencias de las enfermedades forestales deriva de estudios puramente botánicos (de micología) y de que un patólogo, incidentalmente agrónomo, haya observado casualmente ciertas anormalidades. Incluso los países donde más abundan los patólogos forestales capacitados no han podido mediar más que una parte de todas las consecuencias debidas a enfermedades de los árboles forestales.

El conocimiento de la existencia, la propagación y las consecuencias de una enfermedad de los árboles forestales en una región del globo sirve para poner en guardia contra los peligros potenciales a los habitantes de otras regiones cuyas condiciones ambientales y posibles árboles hospedantes sean muy semejantes. Advertidos de antemano, tales habitantes pueden prevenirse para impedir las introducciones de enfermedades y disponer de antecedentes acerca de medidas de lucha eficaces, en caso de que los esfuerzos para evitar la introducción de las enfermedades no den resultado. Quizá haya sido el carácter heterogéneo peculiar de la mayoría de los montes del mundo lo que ha impedido que las pérdidas por enfermedades no hayan sido aún mayores. El hombre, con la silvicultura de plantación, está alterando todo esto, en muchos casos de manera drástica, por la introducción de especies exóticas en ambientes extraños y a veces inadecuados para la especie de que se trate. Por ello, puede esperarse que las enfermedades mortales en particular, aumenten y causen pérdidas considerables en la productividad forestal, ejerciendo efectos adversos sobre los planes de ordenación de los montes de todo el mundo.

Una afortunada circunstancia mejoradora quizá aminore indirectamente las pérdidas que en lo futuro causen las enfermedades forestales. Así como la práctica cada vez más intensiva de la ordenación forestal, es decir, las plantaciones puras de las mejores especies arbóreas de todo el mundo, puede acrecentar las pérdidas debidas a las enfermedades, también el posible empleo de prácticas mejores de aprovechamiento permitirá la recuperación económica de al menos parte de los árboles muertos. Ya hoy día esta feliz circunstancia se aprecia claramente en muchas partes de Europa, aunque no sea más que porque es económicamente factible aprovechar para leña la madera de árboles parcialmente podridos, que no es apropiada para el aserrío o para productos de mayor valor todavía.

Por último, las consecuencias de las enfermedades de los árboles de los montes de todo el mundo se deben primordialmente a centenares o a millares de diferentes especies de hongos. Algunas de estas especies se limitan a un continente, a un hospedante, a un medio ambiente bien definido; otras, se han dispersado prácticamente por todo el mundo, pueden atacar una gran variedad de hospedantes y causan daños diversos en multitud de ambientes. Evidentemente, las enfermedades que causan las primeras especies de hongos se prestan muy bien a ser combatidas por exclusión, mientras que las que ocasionan las últimas probablemente constituirán siempre un problema. Armillaria mellea, Fomes annosus, Endothia parasitica, Diplodia pinea, Cronartium ribicola y Lophodermium pinastri, por ejemplo, son los nombres científicos de otros tantos importantes organismos patógenos forestales. Por desgracia, estos nombres son familiares incluso para los patólogos forestales menos experimentados de América del Norte, Europa, América Latina, Africa y de otras partes.

El Simposio ha servido para destacar la extrema importancia de la evaluación cuantitativa de las consecuencias de las enfermedades de los árboles forestales, de modo que los planes de ordenación, los programas de lucha contra las enfermedades y la investigación de éstas puedan concebirse y llevarse a cabo adecuadamente. Los principales patólogos forestales de unos 40 países de todo el mundo (en muchos de los cuales no hay más que uno) fueron unánimes al considerar la necesidad de que se recopilen cifras más precisas referentes a las pérdidas causadas por las enfermedades. Los patólogos forestales reconocen y aprecian esta necesidad fundamental, pero, desgraciadamente, rara vez estos especialistas intervienen en la ordenación de los montes y ocupan puestos con autoridad y responsabilidad para tomar decisiones. Este capítulo habría conseguido su objeto sólo con que algunos ordenadores de montes que no asistieron al Simposio se percatasen, al leerlo, de la necesidad de mejorar los datos concernientes a las pérdidas causadas por las enfermedades forestales. Estos administradores estarían luego en mejores condiciones de apoyar y alentar a los patólogos en sus esfuerzos hacia el desarrollo de medidas para combatir las enfermedades de los árboles forestales, esfuerzos que, en definitiva, tienden a mejorar los montes y las prácticas de ordenación forestal y a aumentar la productividad de nuestros recursos forestales.


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